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El lanzador de cuchillos

La brújula

Finkielkraut es un pensador necesario en esta Europa nuestra en peligro de deseuropeización

La obra del francés Alain Finkielkraut, vinculado con lo que se llamó en su día el grupo de los nuevos filósofos, del que formaban parte André Glucksmann, Pascal Bruckner y Bernard- Henri Levy, oscila entre la reflexión intelectual sobre la actualidad más cruda y la polémica sobre debates de sociedad, poniendo tales cuestiones en la perspectiva de la filosofía de la historia y el devenir de Occidente, amenazado, a su modo de ver, por el multiculturalismo y la desertización espiritual. Finkielkraut fue en su juventud maoísta, pero el paso del tiempo le ha hecho evolucionar hacia posiciones críticas con lo que nuestro Félix Ovejero ha denominado "la deriva reaccionaria de la izquierda". El joven díscolo y contestatario es hoy un señor mayor díscolo y contestatario, que funge de brújula de una sociedad desorientada y huérfana de mentes lúcidas. En una escena pública demediada y empobrecida, dominada por bisutería intelectual, su figura se alza como un coloso.

Su nuevo libro, La posliteratura, editado en España por Alianza, al que le hace un flaco favor una traducción pretendidamente campanuda -traduttore traditore, dicen los italianos- es una obra política, armada con textos cortos en los que, y esto es marca de la casa, no rehúye la confrontación. Ha elegido la forma del panfleto -un libelo potente y sulfuroso- para denunciar todo aquello que detesta: el nuevo feminismo y su escritura inclusiva, los antirracistas que derriban estatuas, las aspas eólicas que arruinan el paisaje, los ignorantes que pretenden acabar con el Estado de Derecho. Nada que no haya dicho antes, pero todo dispuesto aquí de un modo impetuoso.

Finkielkraut es un pensador necesario en esta Europa nuestra en peligro de deseuropeización. Gustará o no, pero se moja. Baja al barro. Y advierte: "El nuevo orden moral es una fuerza que no deja nada en pie. Su devoradora pasión democrática limpia nuestra civilización de todo lo que la hizo valer; y cuando esta civilización es cuestionada por la intolerancia de la que habla Rushdie, la acusa de haber profundizado las desigualdades. Es responsable, por sus prácticas discriminatorias, del odio que despierta y de los ataques que sufre. Una vez que se haya convertido en nada, ya no podrá estigmatizar a nadie. Como escribió Polibio, ninguna civilización cede a la agresión externa si antes no ha desarrollado un mal que la roe por dentro. Mal que es hoy tanto más temible cuanto que se presenta como la culminación del Bien".

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