El cambio de hora

Descanso dominical

27 de octubre 2024 - 03:05

Detesto el cambio horario, me quema la sangre esta absurda ocurrencia (alemana) del demonio, que, al contrario de lo que nos venden cada octubre, solo sirve para agotar la más importante y escasa de nuestras energías, la vital. El guion original de esta performance es una falacia, un pretexto que nos hacen tragar sin que nadie sepa muy bien por qué. El cambio de hora es el nuevo aceite de ricino. Resulta incomprensible esta condena en sentencia firme que obliga todos los años al imperio del sol a convertirse durante cinco meses en una suerte de Transilvania del sur, con el cielo apagándose apenas han dado las seis de la tarde, arrastrándonos a la melancolía, a una plaga diaria de oscuridad que solo podremos combatir encendiendo antes de tiempo las mismas luces que logramos dejar dormidas por la mañana.

En Macondo tuvieron que lidiar con la peste del insomnio primero y con la del olvido más tarde, es cierto; pero, al menos, en sus cien años de soledad, ninguno de los Buendía se vio obligado a mover de sitio un atardecer para dejar bailar a las manecillas caprichosas. Si pudiéramos volver allí una vez más, seguro que seríamos capaces de organizarnos como una resistencia contra el desorden del tiempo y la dictadura de los relojes tornadizos. El plan sería, quizá, repartirnos por las calles, por las casas de campo y los cortijos e ir decomisando en nombre de la energía vital todos ellos: los de pulsera, los de pared, los analógicos. También los de péndulo, bolsillo, cuco y, por supuesto, los de arena. Alguien tendría que subirse a la torre de la iglesia a desmontar el suyo y no deberíamos olvidarnos de registrar bien a todas las abuelas por si alguna se guardase en un recoveco furtivo del delantal una de esas pequeñas esferas doradas, ya sin atisbo de su brillo original, que han sido la herencia familiar de un puñado de generaciones. Los relojes parados no se pueden ignorar, son un peligro latente que podrían despertar un día cualquiera el mecanismo de la tiranía a la que nos enfrentamos.

No nos engañemos, la misión no sería fácil en ningún caso. Todavía hay gente que prefiere vivir en la penumbra y la confusión, charlatanes que predican a favor de la luz del sol pero que se revuelcan en las sombras como cerdos en el barro, gente extraña de la que te podrías cruzar en una estación de autobuses de un lugar sin memoria, esa gente que se encoje de hombros y no repara en el triste sinsentido que supone robarle una hora de claridad todos los días a los días que vendrán.

Dicen por ahí que el cambio de hora ya tiene caducidad, pero esto no es Macondo y anoche a las tres fueron las dos. Menuda estupidez.

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