La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Una paideia ‘influencer’?
Crónica levantisca
COMO otras aves que viven en riberas y costas, el chorlitejo anida en el suelo, y la única protección de sus huevos y polluelos se la otorga el dibujo con el que la prole se mimetiza sobre los guijarros. Cuando algún merodeador acecha, el chorlitejo finge que tiene un ala rota, engaña al depredador y le hace perseguirlo lejos de la nidada hasta que, al final, alza el vuelo. Jordi Pujol lleva dos días bajando y subiendo cuestas por el bello pueblo de Queralbs. Le persiguen los periodistas, los cámaras y los fotógrafos. Hasta dos funcionarias de la Agencia Tributaria. A sus 84 años, Pujol y Ferrusola siguen enredando con la herencia mientras su prole de Orioles y Jordis permanece escondida en otros paraísos pirenáicos. Le oí contar una vez que él y su esposa habían decidido tener tantos hijos -son siete- para hacer país, pero en lo que, en realidad, pensaban cuando procreaban era en la dinastía. Artur Mas sólo era un eslabón maleable a la espera del verdadero rey. El viejo chorlitejo sale todos los días, lleva años instalado en el engaño e intenta que los depredadores sólo se fijen en él a la espera de que su senectud le dé la libertad cuando la necesite. Es un gran farsante: si su país aún le importase, comparecería en el Parlament, pero lo que le desvive es su familia. "Yo no me escondo", declaró en su sesión de ayer. Muy listo el chorlitejo.
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