Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfor
El “personal” anda preocupado. La sombra de la “debacle” se cierne sobre algunos ministros o menestras, enchufados de todo color y condición, amigos de …, chiringuitos no precisamente de playa, amigos de los amigos de …, “progremitas”, supuestos “rescatadores” de inmigrantes ilegales, subvencionados varios, “fundaciones” para engrasar y engordar los tornillos del sistema, “ONGs” falsarias y chupópteras, periodistas afectos al régimen, correveidiles variopintos, asesores y asesores de los asesores y ayudantes de los asesores de los asistidos … toda una fauna siempre hambrienta de dinero, favores o de sus quince minutos de gloria.
No sabemos lo que ocurrirá el próximo 23 de Julio, espero que la mayoría suficiente de los españoles apostemos por un cambio radical, profundo, intenso y duradero que nos permita disfrutar un futuro, hoy condenado, de esperanza, progreso -del de verdad-, bienestar y justicia para todos.
“Ganarse” el pan en base a favores, concesiones, amiguismo, groseras subvenciones o lamidas de culos, no muy higiénicos por cierto, tienen ese inconveniente: cuándo el “amo” se va, cuándo desparece el trasero a lamer, la “fuente” de la abundancia corta su chorreo, ¡de todas a una!
En muy distinta circunstancia se encuentra quien ha forjado su vivir en los conocimientos adquiridos, los estudios superados, la experiencia conseguida, el trabajo realizado, o los méritos -los de verdad- acumulados; estos no tendrán que temer si el “señor” de turno señorea o mangonea, su bienestar depende de su valía, no en el de la superficie de piel, del lugar en el que la espalda pierde su honroso nombre, que -por propia incompetencia, mediocridad, ineptitud o mezquindad- haya tenido que acariciar con su lengua.
La democracia, lo dijo Platón, es el menos malo de los sistemas políticos, o sea: tiene algunos inconvenientes, no es la opción perfecta, sencillamente porque esta no existe. Entre ellos, los defectos, figura el que cualquiera; y no hago -Dios me libre- distinción en esto en cuanto a raza, creencia, ideología, sexo, condición social, o fortuna, si no en cuanto a valía, inteligencia, sensatez, prudencia, honestidad o humildad se refiere; se encuentre en posesión, o no, de estas cualidades, en mi opinión, necesarias e imprescindibles para el buen desempeño, con eficiencia y dignidad, que la función pública demanda y exige; “cualquiera”, decía, puede tener la opción de alcanzar y establecerse en el poder sin estar en condiciones para ello, sin capacidad para bien ejercerlo, sin merecerlo y sin posibilidad de que su labor redunde en el bienestar verdadero y el progreso tangible de los ciudadanos, objetivo, este último, incontestable para los que a la política llaman, en ella aspiran a trabajar y de ella quieran hacer su medio de vida.
Las mentes torcidas, los intereses espurios que las alimentan, las vanidades que las someten y la hipocresía que las caracteriza; no entienden más que de lo que a ellas conviene, de eliminar -a cualquier precio- los obstáculos que a sus fines puedan oponerse, y de utilizar, manipular o engañar e quien sea menester para colocarse, y asentarse, por encima de los demás. Si una de ellas alcanza un poder suficiente para “acomodar” a su capricho la legalidad vigente, distorsionando el principio primero para el que la Ley fue concebida, hará lo posible y lo que no lo sea, lo permitido y lo que no lo está, lo que parezca decente y lo que indecente sea, ¡todo!, para resguardarse de las alternativas, necesarias e imprescindibles, si de libertad hablamos, y lograr así parapetarse tras la muralla que defiendan sus vasallos, lenguaraces y arribistas, al amparo de críticas, disidentes y contrarios; perpetuarse dentro de la torre de terciopelo propio y espinas ajenas, que ha construido y de la que no va a salir, ni acatando el sistema que hasta allí le permitió llegar: la democracia, ni garantizando lo que a él le sirvió para estar dónde nunca debió llegar: la libertad. La Historia, que no miente porque de hechos habla, nos lo ha dicho y repetido, muchas veces; deberíamos, ya que caso no le hacemos, prestarle atención al menos.
Las ratas son las primeras e abandonar el barco -nos dice, valga la redundancia, el dicho-, y esto sucede porque ni el barco es de las ratas, sólo se han servido de él, puesto que en él encontraron comida; porque las ratas no son marineras, les trae al pairo lo que al navío suceda; y también porque saben que si la nave se hunde y ellas no, darán con otro buque al que seguir parasitando. Un apunte: hay veces en las que el capitán es rata también: imaginen, entonces a merced de que timón estará la tripulación y el pasaje … ¿Les suena…?, ¿no?, ¡sí!, ¡hagan un esfuerzo, verán como sí que les suena!, ¡alto y claro!
Hay que liquidar existencias, deshacerse de “pasajeros” que ni ayudan ni suman ni construyen ni cumplen: ¡todo a cien …!, pesetas, claro.
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