El balcón
Ignacio Martínez
Sota de Espadas
Desde mi córner
Apostábamos ayer y seguimos hoy con el deseo de que el chute anímico que recibimos mediante Unai Simón en la tanda de penaltis palie el estado físico que emite la selección española. En el choque con Suiza sólo fuimos superiores cuando jugamos con un hombre más, a partir de la autoexpulsión de Freuler, con la prórroga ya asomando por la esquina de un partido tremendamente competido frente a un rival bien organizado.
Mientras estuvimos numéricamente igualados, Suiza anduvo un escalón más alto que España y es que, organización aparte, los balones divididos fueron mayoritariamente para ellos. Por eso, los temores respecto al estado físico del equipo y que podría subsanarse bajo la vieja conseja de que el fútbol es un estado de ánimo. Y, sin duda, el estado anímico del equipo español se ha ido a las nubes gracias a un triunfo que estuvo en el aire mucho tiempo, demasiado quizás.
Ahora sólo resta mirar al frente y en el horizonte aparece Italia, esa nueva squadra azzurra que ha compuesto Roberto Mancini y que encandila desde que apareció, rutilante, en el Olímpico romano para pasar por encima de Turquía en la jornada inaugural. Un equipo que hizo pleno en la fase de grupos y que se quitó de encima a Austria y a Bélgica a base de un fútbol lleno de glamour y sin nada que ver al que llevaba en su ADN desde que Helenio Herrera modeló el catenaccio.
Se ha vuelto como un calcetín el concepto futbolístico de Italia, lo que la coloca como fundada favorita para campeonar. Y a cuarentaiocho horas de la cita de Wembley seguimos en el convencimiento de que debe el chute anímico del viernes ser esencial para que podamos competir cara a cara contra tan buen equipo. Y está claro que España está en condiciones de afrontar la cita en el primer coliseo del orbe con la confianza que debe darle lo conseguido hasta hoy, claro que sí.
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