Mi amigo David, que es un fenómeno a la hora de disparar ironías y críticas sobre todo lo que se tercie, ha definido a los canis de la Semana Santa. Los llama comepipas. Y por Atutatis que acierta de pleno.

Si usted, amigo, no está muy familiarizado con el término cani o con el de comepipas, yo se lo aclaro. Un comepipas es aquel que durante las procesiones (o cualquier otro evento que reúna público en la calle) se dedica al noble arte de jartarse de comer pipas sentado en un poyete, en un banco o de pie, mientras mira el móvil, dice "ompare" y deja lucir el modelito de turno. No, no me pidan que lo describa porque no soy capaz.

A todo esto, al comepipas le importa literalmente un carajo lo que se cueza en la calle. Esto es: le da lo mismo que esté pasando una hermandad que un grupo de moteros este odioso (al menos para mí) fin de semana que se acerca. La cuestión es darle a la cascarita, poner el suelo hecho una mierda (ni las papeleras ni nada donde se pueda dejar algo más limpio el sitio donde se ha estado, les sirve) y hacerse notar con carcajadas o expresiones propias de su tribu.

Yo, por ejemplo en Semana Santa, hace años que me ahorro eso. No salgo casi ni un día por no tener que toparme con estos sujetos que los mismo están crac-crac, crac-crac con la semillita que pasando por mitad del cortejo a voz en grito. Ganas me dan de potar.

El respeto por lo que representan las imágenes, el orden y la educación en la calle salen en no pocas ocasiones huyendo despavoridas. Y no, no me apetece tener que soportar a estos sujetos. Ni en Semana Santa, ni con las motos ni nunca.

Lo mismo me ha pasado con la salida de cualquier hermandad de silencio. Por no escuchar los tonitos de los móviles y las gracietas de estos y otros tontos prefiero quedarme en casa. Tan a gusto y sin aguantar carajotes.

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