La conspiración

Esto de las grandes conspiraciones tuvo su nacimiento en los amenes de la Revolución francesa

Ya lo sabrán ustedes: según los cantantes Miguel Bosé y Enrique Bunbury, existe una conspiración para adueñarse del mundo, encabezada por Bill Gates, y cuyo primer paso es implantarnos un chip junto a la vacuna del coronavirus. Pero, claro, lo malo de los aficionados a las conspiraciones es que suelen acertar, sólo que por los motivos equivocados. Hace ya muchos años que Gates, y algún otro virtuoso de la informática, se han hecho dueños del orbe sin necesidad de acudir a la inyección intravenosa. Todo ha ocurrido de manera muy higiénica y completamente virtual. Por otro lado, ya quisiéramos que nos inyectaran la vacuna del coronavirus, con o sin chip controlador (en la mayoría de nosotros no se iba a notar la diferencia); sin embargo, se conoce que esta parte de la conspiración va un poco rezagada y habrá que esperar a que el señor Gates se apiade de sus súbditos.

Esto de las grandes conspiraciones tuvo su nacimiento en los amenes de la Revolución francesa. Entonces, según nos recuerda Safranski, la inestabilidad política y el terror social quisieron explicarse mediante los complots jesuíticos que poblaron la literatura del entresiglo. Esta misma estructura, heredada del Romanticismo, será la que sustente, varias décadas después, la sospecha de una cospiración judía mundial, los famosos Protocolos de los Sabios del Sión, que tanto influjo tendrían en el nacionalismo y el antisimetismo europeo, y que vinieron alentados por el servicio zarista en París, la eficaz y pintoresca Ojrana de Rachkovsky. Todo esto lo cuenta Cohn en El mito de la conspiración judía mundial, y también lo recoge, en su complejo recorrido literario, Umberto Eco, en El cementerio de Praga. A lo cual podríamos sumarle el "peligro amarillo", el profesor Moriarty, Caos, el Dr. No, y cuantas ideas ridículas arruinan, según Chesterton, el género policíaco, a cuenta de esta monótona ambición mundial por capitalizar el crimen.

Sin embargo, es precisamente la capacidad de subsumir, bajo un único rubro, el malestar del mundo, aquello que alimenta las sospechas de los "conspiranoicos". Y si entonces, al caer del sueño ilustrado, fueron los jesuitas quienes cargaron con la gravosa responsabilidad de cercenar los sueños del continente, hoy es un señor pelirrojo con cierto aire al malvado señor Burns de los Simpsons el responsable de nuestras cuitas. Prueba de ello es que una conspiración mucho más vulgar y previsible, como la que pretende acabar con la monarquía española, a los señores Bosé y Bunbury no les dice absolutamente nada.

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