EN el proceso de transformación renacentista de la que fue vivienda de los Villacreces jugaron papeles decisivos Luisa de Villavicencio y su yerno Francisco Ponce de León. Tras la muerte de su marido en 1511, Luisa se hizo cargo de la casa, en la que llevó a cabo “edificios y reparos” antes de 1519. Tal vez durante esos años se actuaría en el patio principal, donde existen sutiles diferencias formales entre sus dos arcadas, siendo la decoración de una de ellas más goticista que la otra, en la que ya se vislumbran motivos propios de la nueva estética de origen italiano tratados aún con poca soltura.

En algunos capiteles de las columnas de esta última panda de arcos, la más avanzada desde el punto de vista estilístico, vemos esculpido el escudo de los Ponce. Todo parece indicar que la presencia de Francisco Ponce de León resultaría determinante en este cambio de rumbo. Cuñado de Perafán de Ribera, Marqués de Tarifa, no pudo ser ajeno al carácter pionero en la implantación de las formas renacentistas en Sevilla de sus parientes, los Enríquez de Ribera, propietarios de la célebre Casa de Pilatos.

Su intervención más segura y más relevante en el palacio jerezano fue la realización del ventanal esquinado, obra clave del Renacimiento local por su conseguido diseño y la refinada ejecución de las labores escultóricas, que conforman un cuidado y complejo programa iconográfico en torno al rechazo de las vanidades mundanas. Este elemento se encuadra dentro de unos trabajos que se desarrollaron, al menos, entre 1536 y 1537 y que fueron dirigidos por el maestro Fernando Álvarez, autor también de la portada del palacio Riquelme, entre otras obras.

Por desgracia, las discrepancias entre Francisco y Luisa por el alto coste de estas reformas malograron la renovación global del inmueble, que quedaría, finalmente, inconclusa.

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