Descanso dominical
Javier Benítez
Aquellos sabios jerezanos
Tierra de nadie
HACE unos días Rafael Nadal se despedía del tenis profesional. La maldita lesión que desde mucho arrastra en uno de sus pies, nos privó de pasear de su mano durante dos o tres años más por los jardines del Olimpo, ese al que sólo tienen acceso las personas de espíritu grande y leal, actitud humilde y sencilla, voluntad indestructible, sentir honesto y reír sincero, carácter recio y templado, como el mejor de los aceros de Toledo.
Como todo lo en verdad excepcional y valioso, como aquel que por méritos propios sobresale al resto, como el que de la nada se hace genio, ejemplo y figura; en esta España hermosa, en esta España única, en “esta España nuestra” -a la que cantaba Cecilia-, en esta tierra de María, les falta tiempo a los mediocres, a los mezquinos y a los miserables, para sacar “orgullosos” a “relucir” la fétida y mediocre bellaquería que con tanta precisión los califica.
La “izquierda” radical, que nada tiene de izquierda pero todo de radical, insulta y ataca al mejor deportista español de la Historia y al ser humano que lleva dentro: llano y sincero, humilde, leal y trabajador, voluntarioso, constante, honesto y triunfador, y … español, ¡ahí les partió la madre! Le perdonan todo, pero lo de ser español, presumir de ello, llenarse de España la boca y llevarla por todo el mundo hasta lo más alto del tenis mundial, eso … eso es como para que el de Manacor arda en el enfermizo infierno inventado por los boca chanclas zurdos de turno.
Pagados unos, empujados por la envidia otros, pegados con ‘Loctite’ a la subvención éstos, lamiendo el hediondo trasero de sus jefes aquellos; los parásitos de la información pululan por redacciones y estudios en busca de un brizna con la que poder “dañar” la reputación de quien no les teme, pues no tiene por qué, y juega en una liga -a la de la vida me refiero- en la que ellos no jugarán jamás. La escoria, como la mierda, siempre termina por salir a flote; es entonces, que la última apesta y a la primera se la detesta, por lo ruin de su condición, lo esperpéntico de su rencor, lo pervertido de su tendenciosa “información”, y lo indecente de su objetivo.
No busquen razones en el torcido despelleje -no se puede llamar a “eso” crítica- de los correveidiles mediáticos, vendidos al populismo barato de un “progresismo” prostituido, no las vana a encontrar porque no las tienen y no las tienen porque no las hay. Algo, por cierto, que a estos lacayos del rumor les trae al pairo, pues no viven ellos de averiguar y contrastar hasta dar con lo cierto, para luego contárselo a ustedes; sobreviven de inventar, de intentar hacer de la mentira “verdad” y atacar a quien se lo impida.
Por fortuna D. Rafael está muy por encima de lo que estos mercachifles de la información puedan decir o escribir. Él no tiene que demostrar nada, lo ha venido haciendo durante muchos años sobre las canchas de tenis, pero también en el terreno personal. Su generosidad es encomiable; la coherencia que siempre ha guardado con la educación que le han dado, admirable; la sana solidaridad, lejos de cualquier intencionada publicidad, que ha hecho patente, ejemplar. De sus triunfos deportivos no vamos a escribir, sabe de ellos el mundo entero y ustedes también.
Una persona como D. Rafael Nadal, un deportista como “Rafa” Nadal, debiera ser objeto, sin paliativos, de auténtica admiración; ejemplo a seguir por los chavales en formación; espejo en el que plasmar una buena y provechosa educación; pues le adornan algunas virtudes de esas que es obligado destacar, de esas tan difíciles de encontrar en tierras de envidia, soberbia y vanidad: humildad, lealtad y sinceridad; bagaje en demasía excesivo para espíritus tan irremediablemente cutres como los que se dan de cabeza contra el muro de su rastrera mediocridad, tratando de desprestigiar a quien el propio prestigio admira y emula.
¡D. Rafael, es usted un crac!, ¡“Rafa”, eres un “monstruo”!, ¡mil gracias, “animal”!
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