Ramón Clavijo

Escritor

El eco lejano de los libros que nunca existieron

Portada de 'El nombre de la rosa'. Portada de 'El nombre de la rosa'.

Portada de 'El nombre de la rosa'.

Durante siglos, algunos escritores han hecho girar sus historias en torno a libros que nunca se escribieron, como el “Segundo libro de poética de Aristóteles” (“El nombre de la Rosa”, Umberto Eco), “El Necromicón” (“El Sabueso”. H.P. Lovecraft) o “El libro de arena” (“El libro de arena”, Jorge Luis Borges) entre otros.

Lo cierto es que la genialidad de las historias donde son mencionados nos ha hecho dudar alguna vez sobre la existencia o no de dichos libros, aunque en realidad sean fruto de la genialidad de un reducido número de escritores y escritoras. Sin embargo, tras este aparente juego literario, encontramos algunas motivaciones más allá de las puramente literarias, y no es la menor el deseo consciente o inconsciente, de que a través de la literatura recuperemos de alguna manera libros que alguna vez existieron, de los que tenemos alguna vaga prueba de su existencia y que por algún motivo u otro desaparecieron. Desde la pasada década, la ciencia está inmersa en un gran reto como es desentrañar el contenido de los más de 1.700 rollos de papiro, que aparecieron carbonizados en el siglo XVIII en la villa de Pisón, hoy conocida como la “de los papiros”. Podemos decir que es hasta el momento la única biblioteca que ha llegado del mundo clásico a la actualidad. Esta biblioteca, aún de contenido esquivo, podría contener textos desconocidos de autores clásicos, aquellos a los que Carl Sagan se refería cuando escribió “Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos una tarjeta de lectura para la desaparecida biblioteca de Alejandría” (“Cosmos”. Planeta. Barcelona, 1982).

Creemos pues que la literatura de alguna manera, con maravillosas historias inventadas, sí, pero que se inspiran en vagas noticias de libros que alguna vez existieron, ha sido bálsamo para paliar la perdida de tantas maravillas que el paso del tiempo nos arrebató. Hace algunos años, cuando investigaba sobre el periplo de algunos viajeros por la España de la Ilustración, me topé con una referencia a un libro para mi desconocido. El manuscrito en cuestión era “Juan Palomino contesta a Tomás López, geógrafo, sobre el termino de Xerez” de Juan Javier Ximénez de Segovia y López de Spínola, fechado en Jerez en 1796. Para mí, a partir de ese momento, se convirtió su localización en una prioridad. Pasado un tiempo, hallé un fino hilo que me hizo mantener cierta esperanza en localizarlo. Aquel manuscrito pareció pertenecer en algún momento a la biblioteca privada del poeta José Carlos de Luna.

Pero luego llegó el confinamiento motivado por la COVID 19, y todos nos vimos marcados por otras prioridades existenciales. Cuando la situación sanitaria nos permitió tímidamente retomar nuestras rutinas, volví sobre el asunto del manuscrito. Ya era tarde. La biblioteca de José Carlos de Luna hacía tiempo se había fraccionado, y no había constancia del destino de muchos de sus ejemplares entre ellos el manuscrito de Ximénez de Segovia. Desistí con pesar de aquella búsqueda, aunque hoy, al hilo de estas líneas, quién sabe si aquel manuscrito perdido será motivo de inspiración para otra apasionante historia.

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