A favor del 8M

Hay una mano invisible del mercado, sí, pero hay otra de las ideas, invisible igualmente

Este artículo lleva un título muy arriesgado. No socialmente, es obvio, sino literariamente. Nadie que no me tenga calado hasta los huesos va a leer esta columna. Hoy todo está a favor del 8M y, para leer mantras, la gente tiene mejores cosas que hacer. Pero no podía titular «Contra el 8M», porque estoy a favor. Los que me ven venir, sospecharán que hay gato y quizá se asomen a este párrafo, aunque con la mosca detrás de la oreja por si es un cambio de chaqueta.

En realidad, creo que el 8M, con todas sus huelgas, reivindicaciones, discursos hiperbólicos, actos hiperventilados, anuncios, cartelería, declaraciones institucionales y actividades lúdicas, es muy necesario. Expone públicamente todo lo que lleva dentro esto que llaman feminismo, que hace mucho que sobrepasó la nobilísima aspiración de conseguir la igualdad de derechos y deberes entre sexos. Ahora es otra cosa. Ésta.

Para mostrarlo al mundo está el 8M y, como no entra, la semana previa y las secuelas. Si nos fijamos con un mínimo de atención, observaremos un fenómeno interesante. Hay una mano invisible del mercado, sí, pero hay otra (más mano izquierda, no por la ideología, sino por la sutileza) de las ideas, invisible igualmente. Los debates, con su oferta y demanda, que son el atrevimiento intelectual y el interés público, respectivamente, buscan también y encuentran su punto de equilibrio.

El 8M hoy por hoy no es una reivindicación del feminismo, sino una discusión extensa, multidisciplinar, en todos los medios, con los más diversos puntos de vista, acerca del presente y del futuro del feminismo. Si no hay datos oficiales, hagan ustedes un cálculo por la cuenta María de cuánta gente se suma a las reivindicaciones oficiales (poca) y cuánta participa de una forma y otra en el intenso debate intelectual (más o menos, todos). El resto del año el feminismo oficial se va colando imperceptiblemente a base de publicidad, frases hechas, inercias institucionales y goteo presupuestario. El 8M es el día en que todo eso se expone a la luz de forma que se posibilita (con benéfica tensión) la reflexión.

Quiero creer que ni siquiera el feminista o la feminista más recalcitrante desea que sus ideas se conviertan en un dogma. Tampoco por la vía tácita de los hechos ni mediante el castigo de extrañamiento al que no piense como mandan los cánones. Por eso, el 8M nos hace mucha falta a unos y a otros, y yo estoy a favor.

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