Me parecen pocos. Al parecer, en España se editan alrededor de cincuenta mil libros de texto diferentes para que las asignaturas puedan impartirse atendiendo a las singularidades de nuestro abigarrado territorio nacional. Es decir, para que los alumnos de Mataró no tengan que estudiar las mismas cosas que estudian los que viven en Matalascañas.

En la enseñanza de la Historia se recrudecen esas diferencias porque las autoridades educativas son las principales interesadas en que los chavales no anden hurgando entre esos sucesos remotos y turbulentos que ocurrieron cuando ni se había inventado el teléfono móvil. Pero quien dice la Historia, con su desfile de héroes nacionales, de pistoleros opresores y de gente insolidaria que montaba a caballo, dice también la Geografía, en la que se estudian unos ríos y unas montañas que ni siquiera se ven desde el patio. Y ahí llega la polémica. ¿Tiene un crío de Lanzarote necesidad de saber dónde desemboca el Tajo? ¿Debe una adolescente riojana situar correctamente en un mapa la capital de España, teniendo en cuenta que no se trata de Logroño? Y así con todas las materias, porque las razones trigonométricas tal vez tengan que explicarse de manera distinta en Ibiza que en Villaseco del Pan. Y la sintaxis. Y las leyes de Newton, por muy universales que se crean. Si atendemos a las demandas nacionalistas, hay una cosmovisión aragonesa que no tiene por qué coincidir con la cosmovisión manchega. Pero tampoco podemos detenernos ahí, porque seguramente nos estaríamos quedando cortos limitándonos a diecisiete modelos educativos en un país donde hay ciudades con metro y pueblos en los que se corre el toro embolado; aldeas de pescadores y caseríos perdidos adonde el atún nada más que llega en lata.

Desde una postura conservadora se podrá objetar que todo este enredo de libros diferentes para cada comunidad autónoma resulta delirante porque dos y dos van a seguir sumando cuatro, así estemos en Antequera o en las afueras de Vigo. Pero lo que nadie me va a discutir es que las matemáticas serán muy universales pero sólo hasta que topan con ese hecho diferencial indiscutible, puesto que sumar molletes nunca será lo mismo que sumar percebes o cochinillos asados.

Y hablando de cochinillo, ¿cuántos libros diferentes habrá que redactar si el acueducto de Segovia no va a dejar de estar en Segovia? La respuesta es compleja porque la validez de esos manuales tiene un radio de acción que se achica según aumenta el orgullo nacionalista (ese eufemismo que usamos para referirnos a los paletos orgullosos de serlo.) Todos recordamos aquellos tiempos en los que se estudiaba el ornitorrinco, la estratosfera y el peso atómico del wolframio. Pero no se tenía en cuenta que la gran mayoría de los alumnos ni íbamos a visitar las capas altas de la atmósfera, ni íbamos a cruzarnos en Valdelagrana con ningún ornitorrinco ni íbamos a vender metales al peso. Por eso se entiende que, igual que en Canarias hay quien considera absurdo explicar qué es un río, algún día no muy lejano no se enseñará a leer hasta la universidad.

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