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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los gozos de Tío Pepe

Truman Capote supo que para “saludar sentimentalmente” no hay nada mejor que un Tío Pepe

El luminoso de Tío Pepe en la Puerta del Sol.

El luminoso de Tío Pepe en la Puerta del Sol. / DS

SI el toro de Osborne da hondura y testosterona al paisaje español, la silueta de Tío Pepe le suma un punto de irónico tipismo. Puede ser –es vana especulación– que la legendaria figura diseñada por Luis Pérez Solero estuviese inspirada en el Oselito de Martínez de León, el personaje que le dio sal urbana y popular a la prensa sevillana de anteguerra. Sería hermosa esta coincidencia que uniría en el arte más hispano-pop a dos hombres que muy probablemente no se conocieron y ni siquiera coincidieron en el bando elegido en nuestra interminable Guerra Civil.

Tío Pepe, con su guitarra, su chaquetilla roja y su sombrero flamencamente ladeado, nos reconcilia con el tópico del andaluz saleroso, como el Juncal de Paco Rabal o el propio Oselito. Nada más ver su silueta al fondo de la carretera o en el servilletero de un bar el alma se nos pone cañí. No fue casualidad que, en 2011, el pueblo de Madrid reviviese un incruento 2 de mayo cuando se movilizó para que el luminoso de Tío Pepe volviese a la Puerta del Sol tras haber sido desterrado por una multinacional de ordenadores de adánico nombre. La creación espontánea de la plataforma Tío Pepe por siempre en Sol fue un emocionante ejemplo, no sólo de amor al patrimonio histórico-publicitario de una sociedad, sino también un acto de afirmación española frente a una globalización sin alma. Y es que pocos vinos levantan tantas simpatías. El distinguido cocinero amateur Luis Alarcón de la Lastra siempre recibe con una copa helada de Tío Pepe y un arroz de la marisma. Es un ejemplo más de los miles de adoradores e idólatras que tiene este vino solar y angloandaluz, criado en uno de los rincones más hermosos del Bajo Guadalquivir: las bodegas de González Byass. Precisamente allí, el pasado jueves, se inauguró la exposición Tío Pepe. De Jerez al mundo. Historia de un Icono, que cuenta con un catálogo diseñado por Manuel Rosal que es de obligada lectura y posesión para todos aquellos cuyas bibliotecas están construidas con maderas envinadas.

Otro de los gozosos miembros de la cofradía de Tío Pepe es José Luis Jiménez García, que además de ser miembro de la Real Academia San Dionisio –hay nombres que lo escuchas y dan ganas de descorchar otra botella– se ha dedicado pacientemente a rastrear la aparición de la marca Tío Pepe en la literatura universal. El resultado está en un opúsculo por el que nos enteramos que el gran Robert Graves tenía muy claro en qué consistía el paraíso: “un paquete de Old Golds, una copa de Tío Pepe y la última novela de Simenon”. El afecto por el vino y la literatura es poliamor permitido por los santos padres y por esta publicación desfilan, como la Santa Compaña, la Pardo Bazán, Hemingway, Zunzunegui, Graham Greene, Paul Bowles y hasta el mismísimo Truman Capote, que supo que para “saludar sentimentalmente” no hay nada mejor que un Tío Pepe.

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