Lo malo de la Cumbre del Clima es cómo y cuánto se encumbran sus asistentes. Debe de ser que el nombre del evento les inspira. Ojalá fuese todo más de bajar a los coches híbridos y a políticas prácticas para cuidar y conservar la naturaleza. Pero les está pudiendo la hybris de hacer grandes diseños para la Humanidad y planteamientos grandilocuentes y casi quinquenales.

Contagiado del ambiente o contagiándolo, nuestro presidente en funciones nos ha dejado una muestra perfecta de lo que es hybris. Sí, desde luego, montarse en el Falcon para ir a Benicasim, pero luego dar lecciones malencaradas de lucha contra el cambio climático, llamando «fanáticos» a quienes no piensen como él, es híper hybris. Pero él da otro ejemplo más típico todavía. Cada vez que puede, el presidente (siempre en funciones) desplaza al rey de España.

Es algo híbrico por la vanidad y la ambición del sujeto, por supuesto, pero sobre todo por la ceguera, ésa misma que los dioses conceden a aquellos que quieren perder. Porque ¿qué gana Pedro Sánchez haciendo sus consuetudinarios feos protocolarios al rey? Ya tiene un puñado de ellos. Si muestra sus intenciones o su subconsciente, malo. Pero incluso si no, tampoco gana nada. Pierde. Siendo el rey la encarnación de la tradición y de la unidad de España, pero, a la vez, muy discreto e institucional, ¿no lograría Pedro Sánchez una fermosa cobertura política dejándole a don Felipe VI su sitio? Sólo con eso Sánchez paliaría el estrés del sistema que crean sus negociaciones y movimientos.

Sin embargo, parece superior a sus fuerzas. No puede evitarlo. Más que por un republicanismo innato, que bien podría acoplarse como el de tantos otros al sistema del 78, es la neutralidad exquisita del rey lo que enerva a Sánchez, no sé si por lo exquisita o por la neutralidad. Le ataca que el rey esté por lo que el rey es. Porque lo suyo no es sólo un problema de no saber estar, sino de no saber ser o de no saber no ser, que ésa es la cuestión.

Al menos que sepamos verlo bien: es un espectáculo político tan antiguo como la Grecia clásica. La hybris del poder en todo su esplendor… catastrófico. Por un lado, una Cumbre del Clima llena de grandilocuencia antropocéntrica y política; y, paralelamente, como reflejo bufo, el señor del Falcon que no puede evitar meter el codo y colarse en las atribuciones del rey. Estas cosas, como sabemos por la literatura, no terminan bien.

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