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No me gustan los iluminados; me dan grima... Suele contar el presidente Javier Milei que se levanta cada mañana en la Quinta de los Olivos, la principal residencia oficial argentina, se sube al carrito de golf y va a ver a sus “incondicionales de cuatro patas”. Unas veces “hijitos” y otras “nietitos”. Son cuatro o cinco, según para quién. Conan murió en 2017 pero Milei lo ve, habla con él, le consulta... y luego irrumpe en escena (nacional o internacional) como si hubiera sido tocado por la gracia de Dios. Luego está Gustavo, un brujo anarco-capitalista al que contactó por Twitter, una mentalista “interespecies” llamada Celia Melamed, y hasta tiene un particular pacto con los mosquitos: “Yo no os mato y vosotros no me picáis”.
Así es Miley; así está el país.
Cuando Biden llegó a la Casa Blanca, medio mundo suspiró. Veteranía y moderación en Washington después de la desconcertante etapa de gobierno con que nos inquietó el iluminado con más poder fáctico del planeta. Aprendimos de golpe lo que era el populismo y, después de animarnos a beber lejía contra el Covid, sentó las bases de un nuevo orden geoestratégico internacional que Putin no deja de exprimir (y hacer tambalear) con su inseparable aliado chino Xi Jinping y, más recientemente, con su colega Kim Jong-un desde Pyongyang. Aunque lo parezca, no es ningún videojuego. También asusta, pero no sé si más.
Hasta ahora había escuchado escéptica a quienes alertaban del presidente demócrata: “Es mucho más peligroso, más imprevisible y dañino, que Trump”. ¿Pero eso es posible con el historial judicial del republicano? Pues parece que sí.
He defendido a Biden hasta que se ha transfigurado, él también, en iluminado. Ahora habla con el más allá. En una entrevista exclusiva en la ABC, el (aún) aspirante a la reelección dijo que sólo abandonará “si baja Dios todopoderoso” y se “lo pide”. “Y Dios no bajará”, iluminó.
Cosas del destino, o no, estoy siguiendo la carrera electoral norteamericana, salpicada con la velocísima inglesa y con la francesa a lo Borgen, mientras leo El vuelo de la reina de Tomás Eloy Martínez. En realidad fui a la biblioteca buscando un thriller con que desconectar y, sin saber cómo, la historia del todopoderoso director de El Diario de Buenos Aires y la periodista Reina Remis me buscó. No destripo nada, pero sí diré que lo de las visiones místicas (léase alucinaciones, revelaciones y engaños) es muy antiguo. Tanto como la ficción. Pero con una diferencia: en formato libro funcionan, lo pactamos con el autor; y en papel periódico, no.
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