Una de las entrevistas más breves y surrealistas de mi vida la hice en el Cancelín, que es un lienzo pluscuamperfecto pintado con arenas y pinos del Coto. Un punto de fuga de sesteos, pernoctas y rengues sin fronteras. Parada y fonda en el paraíso. Con la Hermandad de Jerez apareció Michi, japonés de los de toda la vida: canillas cortas, ancha la frente, las hechuras de un click de Famobil, agarrado a una cámara Nikon como se agarra a un ligue en lo mejor del querer. Su edad era un misterio inquietante porque estaba en esa etapa por la que pasan algunos asiáticos, que tienen la misma cara con treinta que con setenta y cuatro. Por otro lado, su gesto también ofrecía dudas razonables. Se hacía difícil saber si estaba sospechando, le habías hecho gracia o se caía de sueño. En cualquier caso, Michi era (y es) un tipo extraordinario, por lo insólito de su presencia allí en esos parajes y por su historia.

Aunque después vendrían muchos más, este fue su primer Camino con Jerez. Atravesando Doñana. Cada paso, cada minuto rebosaba de primeras veces para quien se había cruzado el planeta hasta alcanzar las antípodas de todos los imaginarios que conocía. Alguien me contó, y quiero pensar que es verdad, que Michi había llegado al Rocío por prescripción facultativa. Se lo recetó su psicólogo. Como bálsamo para remontar una depre con mala uva. Lo vi a la sombra de un pino y mientras me acercaba iba pensando en la genialidad de ese psicólogo suyo que, aunque afincado en tierras japonesas, tenía que ser, se me antojaba, de la zona de Umbrete, Coria o Bolullos, por lo menos. Que en Japón te manden al Rocío como terapia contra las penas, no me lo negarán, es de Premio Nobel. Estreché su mano convencido del éxito de aquel testimonio, le propuse charlar ante la cámara y, con ademanes de samurai, Michi se inclinó levemente, balanceó su cabeza adelante y atrás y me dijo lacónico: “Ti”. Le pregunté por el Rocío…, por su psicólogo…, por el sol naciente… y su respuesta fue la misma todas las veces: “Ti”. Nada más. A los 30 segundos de “entrevista” soltamos el micrófono y nos dimos un abrazo entre risas.

Michi se convirtió en un habitual entre los rocieros de Jerez durante años, pero le perdí la pista hace algún tiempo. Este sábado de romería me lo volví a encontrar en casa de la Peña Malandar, donde siempre ha parado, y lo saludé alegremente. Intenté conversar con él pero sigue igual. Ni pajolera idea de español. Ni de inglés. Él, probablemente, pensará en sus adentros que a ver cuándo aprendemos nosotros una mijita de japonés. Y yo que quería pedirle el número de su psicólogo. Para hacerle una entrevista.

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