La esquina
José Aguilar
Tragedia total, miseria política
Alfa: La periodista Sonia Herrera Collado me induce a la pregunta. Como el enebro de una cuestión abierta. Como el interrogante que se proyecta tal el verbo a su conjugación. Como el alfabeto a la prosa. Como el aro infantil al recreo. Como un diario a la cerradura de su intimidad. Una pregunta que no frunce el ceño de la abstracción. ¿A qué huelen las mujeres? No se precisa demasiada reflexión. ¿O quizá sí? La respuesta entona el ramillete de la evidencia. ¿O acaso no? La mujer -me consta- huele a una metáfora de pelo recogido. La mujer huele, yo diría, a folio en blanco que se congracia con el pensamiento. A la fluyente lucidez de la arteria vital. A la fragancia verde esperanza de toda resistencia. A valentía -sin cotos ni escuderías-. A un lorquiano carámbano de luna. A fresca agua de aquella insólita fontana que surte de magnolias el devenir cotidiano. Al desgarro incoloro de la lucha intrépida, de la lucha jabata, de la lucha de mangas remangadas -a pesar de todos los pesares-. A carmín con sonrisa de complicidad. A la yerbaluisa de sus adentros. A vida que vira sobre el timonel del mejor instinto. A mirada limpia. A brazos que acunan los mofletes de una nana. A corazón que agiganta el lirio de un beso. A lágrima sin mobiliarios. A concertino de violín con temblores de cándida timidez. A los cristales de magias sin chisteras. A horizontes que enseguida se aproximan en la molécula de compases binarios. A blanca arena. A somatización de una radiografía calma, varada -o no- de plenitud, ahuyentadora de prisas y desacatos. Al jabón de toda desenvoltura, como un dosel de carnal tipografía.
Una mujer huele a sexto sentido. A la urdimbre de lo real maravilloso, por expresarlo con acuñación barroca de Alejo Carpentier. Una mujer jamás huele a humo de derrota ni a poniente de plumajes sin música. La mujer huele a la grandeza sagrada de una madre -ese milagro-. A la fuerza motriz de la educación. A enseñanza de la placenta. A la dimensión astral del vientre generador de vida. A nueve meses de un te quiero que rima con eternidad. A malabarismos de equilibristas en las cuentas familiares. A patria de los bien nacidos, de los bienhadados. Alfa de huellas en la bajamar de noches sin frío. Trasfondo de consuelo de mediodía. Una mujer huele a belleza sin medida. A discurso sin palabrería. A retina diurna. Al abrazo uterino. A dolor a secas. A emoción que se desata. A rebeldía frente a los maniqueos alguaciles de la moral. A revuelos de falda con ángulos cardinales. A niña y abuela y paradoja de alma que platea los balcones del tiempo. A manos que recosen el terciopelo de los sueños. A verso de sol y sal. A los archivos superados del qué sabe nadie. A compañía que no se borra. A fuego protector. A repertorio de las verdades de la barquera- engalanada de piel- que ondea la bandera de la libertad.
Una mujer huele a materia definitivamente superlativa. Una mujer huele a danza sin zapatillas, al soneto escrito con las cenizas del ave Fénix, al atajo que administra silencios, simetría de entretiempos, fondo armónico de la conciencia, dedo índice abonado al jardín de los domingos, certidumbre que mira de frente, espera paciente, hora de la siesta despierta. Huele a baluarte de pan recién horneado. Do de pecho de la dignidad. Alumna aventajada en la asignatura de las guerras y las heridas del llanto que nadie ve. Una mujer huele a hilos de seda que hilvanan los significantes de la palabra amor. Es posible que la mujer priorice el olor de la poesía. Sonia Herrera orteguianamente ha desnudado el porqué y sus circunstancias -las suyas más íntimas e inconfesas- en un libro descarnado y a veces febril de pura recordación. De pura exclamación. Un poemario que huele a voz propia. Una obra que surge de los hondones del confesionario en madera de roble ahora desatado como un grito contenido. Hoy lunes, a las 19.30 horas en la Fundación Caballero Bonald, presentará estas hojas de laurel miniadas por el escrupuloso acento de la letra que también con sangre -tal como entra- sale. El título es como una tácita pulsión de lo irrevocable: ‘Las manos sobre el vientre’. ¿Cucharón de miel sobre una verdad -genérica- deshilachada de ortodoxias? Pasen, esta tarde, y vean…
Beta: Recomendación al canto. El Ateneo de Jerez propone un curso intensivo sobre cine impartido por el gran Javier Ocaña, crítico de cine de ‘El País’, presentador de películas y contertulio en el programa ‘Historia de nuestro cine’, de la 2 TVE. 18 y 19 de mayo. Información y matrícula a través de la página web del Ateneo. Para no perdérselo ni antes ni después: ‘Aprende a ver cine: introducción al lenguaje cinematográfico’: el plano y los diferentes tipos, los movimientos de cámara, ejemplos prácticos de secuencias, la elipsis, el montaje, la manipulación del tiempo y de las emociones, etcétera. Enhorabuena a Joaquín Casas, coordinador de la sección de cine del Ateneo jerezano. Se trata de una propuesta cultural de alto nivel. El Ateneo, con determinismo, ha entonado la celebérrima canción de Aute y se ha alineado con su necesaria solicitud: “Cine, cine, cine/ más cine, por favor/ que todo en la vida es cine/ que todo en la vida es cine/y los sueños…/ cine son”.
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