Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Descanso Dominical

El 'levantito'

Solo pronunciar su nombre se me llena la boca de tierra, es desagradable hasta la fonética

Egipto tuvo sus plagas, siete o diez, qué más da; nosotros tenemos el levante, que es menos bíblico y no suena quizá con tanta épica pero que en términos de porculerismo es igual. No sé yo si preferiría antes que los ríos expulsasen ranas o que nos cayese un chaparrón de granizo y fuego, que, al fin y al cabo, una cosa se va con la otra. Pero ¿quién detiene al levante? Sólo pronunciar su nombre se me llena la boca de tierra, es desagradable hasta la fonética, como el terral en Málaga, la tramontana, que parece como que va de guay, o el ábrego, que suena a oscuridad y a mal rollito. Estos vientos villanos pese a sus distintas procedencias y orígenes cardinales guardan parecidos razonables o, incluso, diría que una misma raíz genética. El ábrego y el levante son primos hermanos. El primero, hijo de África, viene del sur, y en algunas regiones la gente lo asocia a cefaleas, mal cuerpo, depre. El otro, que no tiene nada de sureño, sopla desde el este, y provoca trastornos muy similares. Por eso decimos "ya saltó el levante" cuando nos cruzamos con esos personajes a los que no solo les despeina la azotea sino que también les desordena la buhardilla.

Me pasa algo parecido a lo de Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan, cuando dice que cada vez que oye a Wagner le entran ganas de invadir Polonia. A mí, cada vez que oigo el zumbido del levante, esa música funesta que cimbrea las persianas y mete su dedo en todas las llagas de mi paciencia, cada vez que lo presiento poniéndolo todo empercochao, me entran ganas de invadir Alicante y ponerme a cerrar puertas. Esa puerta, por Dios. Muchas veces, demasiadas, tarda en irse, como una visita incómoda, como un político mediocre, pero si tiene algo bueno es que tarde o temprano se marcha. Lo hace con magnanimidad, perdonándonos la vida, caminando hacia atrás y guiñándonos un ojo a modo de advertencia y premonición. Volveré.

Y luego están, menos mal, esos vientos que son buena gente. El mistral, que me recuerda siempre a Pocholo y Borja Mari se fueron a esquiar, y nuestro poniente, que tantas veces ha venido al rescate. Hace ponientito, decimos. Es obvio que nos cae bien. No como el otro. Con el otro no surge el amor, no sale usar el diminutivo a no ser que digas le-van-ti-to, marcando mucho las sílabas, especialmente las dos últimas, ti-to. Es la grandeza de nuestro lenguaje que nos permite usando el mismo sufijo y dependiendo del tono o el tonito expresar cariño o acordarte uno por uno de toda la parentela del levante, que es lo que yo estoy intentando hacer desde que comencé a escribir este artículo. No sé si me explico.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios