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Rafael Padilla

¡Más madera!

18 de abril 2010 - 01:00

PROHIBIR es la palabra de moda. Y castigar -por supuesto siempre que no sea en el ámbito de la escuela- el método educativo que las autoridades consideran óptimo para ir alcanzando un mundo ideal. Esa filosofía, tan extendida y ya con numerosas concreciones, es la que inspira el último hallazgo de la pedagogía cívica, la ordenanza tipo sobre convivencia ciudadana redactada por la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) con el propósito de que acabe siendo adoptada por todos los ayuntamientos españoles. El texto -182 artículos en los que casi nada queda fuera de reproche- no tiene desperdicio. Con voracidad incalmable, se van enumerando conductas "desviadas" y adjudicándoles la pertinente sanción, para terror de vecinos desconcertados y regocijo de las paupérrimas arcas municipales.

¿Que exagero? Pues hay van algunos ejemplos: 3.000 euros del ala -hay días que yo no los gano- por colocar macetas en las ventanas sin la debida protección; 1.500 -una pasta- por escupir u orinar en calles principales (300 si el apretón te coge en zonas de segunda), explosionar petardos o tirar la basura fuera del contenedor; 750 -el sueldo de miles de compatriotas- por depositar envases de vidrio, papel o cartón en los recipientes de basura orgánica; 500 -la pensión normal de un discapacitado- por comprar (sí, comprar, que no vender) alimentos o bebidas a la venta ambulante no autorizada o por ejercer al raso actividades peligrosísimas (dar masajes, echar las cartas, realizar tatuajes).

Podría seguir. Se cuentan por cientos. Insisto, son una parte ínfima del universo de "delitos incívicos" por los que, según la norma, uno tendrá que pasar por caja, incluida la simple e inocente reunión de amigos en cualquier esquina a la que el alcalde de turno le apetezca considerar "manifestación no autorizada".

Tantos -y con demasiada frecuencia tan absurdos- que no parece descaminada la interpretación de quienes ven en los nuevos mandamientos una fórmula zafia y fácil de socorrer la "tiesura" de nuestras administraciones locales. Leña al mono que es de goma: no bastan IBI e IVA, ni rentas machacadas, ni opíparas multas de tráfico, ni tasas estrafalarias; al españolito le deben quedar todavía algunas pelas y, a poco que se menee, terminarán en el estómago del insaciable gigante público.

¿Y cómo se controla eso? Sin problemas. La ordenanza contiene preceptos esmerados que fomentan y recompensan la delación, ésa que tanto gusta a nuestros egregios dirigentes, cerrando sin fisuras un sistema en el que cada individuo, no siempre por razones confesables, se convierte en policía del resto de sus congéneres. ¡Qué bonito y qué moderno! ¡Qué edificante, también, para la construcción de una sociedad desarrollada, libre, responsable y justa! ¡Qué suerte, por último, de contar con líderes tan inteligentes, respetuosos y benéficos para con el bienestar de su pueblo!

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