La merced te necesita

Salvador Gutiérrez Galván

Su manto y un buen amigo

29 de noviembre 2015 - 01:00

Son tiempos difíciles. Nadie lo pone en duda. Es posible que, además de la situación de pánico y miedo que atraviesa nuestro mundo, tengas tus propias penas, incertidumbres o miserias que sólo tú conoces. Incluso es posible que pases por el momento de mayor desazón que te haya tocado vivir. Hoy, desde estas líneas, permíteme que trate de animarte y te de un abrazo alentador. No soy nadie. Sólo un posible amigo. Y ahora, creo que merece la pena seguir sonriendo. En este día te pediría que te agarres a la vida como nunca antes lo hayas hecho. Y si eres de los que, como yo, viste un día que el camino parecía no tener salida, sólo te diré que aguantes. No desesperes. Quisiera contarte una breve historia que, aunque no te haga cambiar, puede que al menos te haga reflexionar, y eso siempre es bueno. No quiero que lo entiendas como algo mágico, sino como una oportunidad de encontrarte a ti mismo. Ahí voy:

Hace algún tiempo me encontraba abatido. Sí. Era como si mi vida no tuviera sentido. Había desdeñado por completo ciertos valores que nunca ponía en práctica. En definitiva, me desvié del camino de una forma casi irrevocable. Bueno, quizás nunca había tomado el camino. Lo cierto es que todo, a mi alrededor, era demasiado poco. Un día, no sé muy bien cómo, conocí a una persona que me sugirió: - ¿Por qué no vienes conmigo? - Hasta entonces no me había fijado en el rostro de los demás porque sólo me centraba en el mío. Y el de aquella persona me había cautivado como pocas lo habían hecho antes. Recuerdo que me llevó a la Basílica de la Merced y me animó a besar el Manto de la Virgen. No es que me prometiera que mis males se sanarían. Ni si quiera me lo advirtió. Sólo me invitó a besar su manto. Para ser sincero lo hice por compromiso. Mi juventud exacerbada, como la de otros jóvenes, no reparaba entonces en tareas místicas ni devotas, - pensaba. Curiosamente, con el tiempo, comencé a rezar algo más de lo que lo hacía normalmente. Y poco a poco, puedo decirte sin complejos, que mi fe se fue acrecentando. Ahora bien. Han pasado los años y miro la fachada de nuestra Basílica de la Merced. Me gusta detenerme de vez en cuando y dejar que mi mirada se pierda, no entre tantos siglos de historia, sino en mi propio pasado. Queda bien de cara al público porque alguno te puede encasillar como un digno intelecto de la historia del arte. Bromas aparte, me detengo frente a La Merced, creo que en señal de agradecimiento por todo lo que me ha dado.

Y bueno. No creas que voy a finalizar esta historia con una conclusión mágica o evocadora. Ni mucho menos. Los problemas han seguido llegando. ¿Quién no tiene apuros y circunstancias adversas que te machacan? Todos estamos llamados a sufrir y afrontar cada jornada. Y con el paso de los días y las semanas, más y nuevos problemas. Pero sí te diría que, desde que besé aquel manto, el sentido del sufrimiento es distinto. Ya no son problemas. Ahora son retos o dificultades. Ahora entiendo aquello que dijo alguien una vez: "Dios no te salva del sufrimiento, te salva en el sufrimiento". Lo comento con algunos amigos que han experimentado la llamada de Dios y coinciden conmigo. No es que todos besaran el manto, entiéndeme. Pero sí todos atravesaron ese momento junto a alguien que les cambió la vida. Estamos acostumbrados a cerrarnos en nuestro entorno, nuestra familia y poco más. A veces no nos fijamos en aquella persona que está por venir. ¿El prójimo?Hoy, te animo a que des ese salto y, si te sientes abatido, déjate acariciar por alguien. O, por qué no, puede que tú seas la persona que ese 'alguien' está esperando para comenzar de nuevo. En fin. No quiero aburrirte con este sermón. Te mando un abrazo con la ilusión de que encuentres tu propia sonrisa. Y ahora te dejo. Voy a la casa de la Patrona a besar Su Manto. Ciao.

stats