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rafael / sánchez Saus

La mentira y nuestra verdad

ESTE agosto nadie echa de menos al lago Ness y su monstruo imaginario. Tampoco necesitamos recurrir, para considerar el poder y la seducción de la mentira, a la colosal maniobra de desinformación de los medios a cuenta de lo que sucede y ha sucedido en Gaza, dejándose manipular por uno de los más fanáticos y despiadados grupos terroristas del mundo. Nos basta con el panorama doméstico. Nunca sabremos, aunque a estas alturas podamos algo más que intuir, hasta qué punto la mentira ha sido durante décadas, y sigue siendo, la dueña absoluta de la vida española.

La casi simultaneidad del estallido del fraude Gowex, la confesión del molt honorable Pujol y la investigación de la trama socialista para robar las ayudas a la formación de trabajadores, con la detención de todo un Ángel Ojeda, no consiguen asombrarnos, tan hechos estamos ya al escándalo y la sinvergonzonería, sino preguntarnos a qué profundidad se encuentra en España el zócalo de verdad mínima, de decencia imprescindible para que la vida pueda seguir adelante. A veces uno se encuentra ante sujetos cuya absoluta estupidez, manifiesta al más benévolo prójimo a los dos minutos de conocerlos, nos lleva a plantearnos cómo es posible que esas personas rijan su pasar cotidiano, desempeñen profesiones, conduzcan vehículos o creen familias. Pero lo hacen, luego algo salvable hay en ellos que nos permanece oculto. De igual forma, ¿alguien puede explicarnos qué sigue haciendo de este pueblo, parasitado por todas las formas de corrupción imaginables, un país viable y hasta grato al que no podemos dejar de amar? Sólo la persistencia de un puñado de auténticas verdades arraigadas en las vidas de la mayoría, más allá de tantas imposturas, puede dar respuesta a ese interrogante. La fe y sus obras, la familia, la vocación que se realiza en el trabajo, la amistad -presentes en casi todos aunque en intensidades variables según quién y cuándo-, forman la trama que hace elástica y resistente a esta sociedad tanto tiempo cómplice, ahora perpleja.

A la espera de nuevos sobresaltos, no es éste mal momento para inquirir cuáles son las verdades que nos hacen fuertes y fiables, y robustecerlas. Hoy, del cultivo de esa verdad personal que no sucumbe, que resiste a la tentación de la mentira como estilo de vida, puede depender la suerte de la sociedad y el futuro de la nación.

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