La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los ministros son pañuelos de papel

España está dirigida por un tipo poco fiable que usa y vende a quien haga falta con tal de permanecer en el poder

Sufrimos el peor presidente en la historia de la democracia. No tiene más ideología que su ego y la propaganda. La de socialista es una etiqueta cada vez más reducida. Con mucha diferencia es el que más ha mentido y el que más descaro le echa a hacer lo contrario de cuanto dice. Pero es evidente que da muestras de tener muy claro el objetivo principal: mantenerse en el poder. Y vende a quien haga falta. Los ministros son de usar y tirar. Llama la atención con qué facilidad ejecuta las remodelaciones en el Gabinete. Quienes eran aupados y vistos como sanchistas de pro han terminado despeñados. Sánchez es frío. En ese carácter gélido a la hora de utilizar a la gente está su principal rasgo. Se ha quitado de en medio, por ejemplo, al astronauta, que ha pasado por la política sin pena ni gloria. Sirvió para lo que se pretendía en su momento: proyectar una imagen de rigor e intelectualidad. Imagen, humo y postura, tres de los pilares del Gobierno. Hace tiempo, si se fijan, que no vemos a la cónyuge. Atrás quedó su hiperexposición hasta en las manifestaciones dando saltos junto a Carmen Calvo. Ahora ella está tapada porque así lo dicta la conveniencia de la propaganda. Todo en el sanchismo está proyectado con una palmaria vocación de permanencia en la Moncloa. De este presidente solo se pueden creer sus ganas de seguir en el machito. En todo lo demás no es fiable ni para sus ministros. Embauca, utiliza y prescinde. Dejará tirado a quien sea, usará a quien convenga y triturará los principios que hagan falta. Por supuesto que un presidente tiene la potestad de formar el consejo de ministros que estime oportuno. Faltaría más. Ocurre que en las formas y en la contundencia se ven las costuras del sanchismo como movimiento político personalista, narcisista y con anhelo de perpetuidad. Zapatero al menos nos quitó los humos de tabaco de los bares. De este tipo no sabemos si en el futuro podremos recordar algo positivo más allá de la fecha en que sea desalojado del poder. Desde el fin del felipismo parece que el PSOE no genera políticos serios, con capacidad de crecer hacia el centro-derecha, con una idea clara de España, que no tomen decisiones propias de un saltimbanqui temerario, con respeto escrupuloso por las víctimas del terrorismo, que ni estorban ni molestan y, por supuesto, con un sentido de la decencia y del escrúpulo necesarios para la vida pública. España está dirigida por un señor poco fiable, encantado de mirarse al espejo donde cada mañana saluda a su único amigo. Tiene un ego como una catedral. Y lo peor: una ambición improductiva para sus administrados. Encarna con exactitud la mediocridad venida arriba.

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