Francisco Bejarano

La misma sociedad

HABLANDO EN EL DESIERTO

04 de febrero 2009 - 01:00

A mi generación le ha sido dado pasar de una sociedad llena de prejuicios y contradicciones a otra con distintos prejuicios y contradicciones, aunque de signo diferente. Sin llegar a tantos extremos, nos ha pasado como a los antiguos alemanes orientales. La única ventaja que tenemos es que hace 30 ó 40 años aprendimos a sortear los convencionalismos y ahora nos cuesta menos trabajo convivir con los nuevos. La mayoría sigue siendo silenciosa. Sólo una minoría vocifera y otra minoría aún más reducida manda callar o vociferar. Lo de siempre. Hay una desventaja: en el decenio de los 70 sabíamos dónde estábamos, cuál era el modelo de sociedad al que aspirábamos y qué estaba bien visto o no, según el ambiente en el que nos desenvolvíamos, que no era uno sólo. Pero, con más o menos inconvenientes, íbamos sacando adelante el deseo de vivir y de pensar libremente en una sociedad bien ordenada. Aceptábamos el pasado como forma de entender el presente y procurábamos un porvenir mejor.

Ahora sabemos que vivimos en una sociedad igual que la de nuestra juventud, pero todavía no tenemos claro hasta dónde llegan los nuevos prejuicios y contradicciones para esquivarlos sin demasiado riesgo e intentar combatirlos. ¿Qué más nos da estar mal vistos por discutir un dogma religioso que sobre la estupidez de enseñar a ponerse un preservativo, para la que no hacen falta especiales teologías? En verdad, no nos da igual: los dogmas tienen enjundia, sustancia y materia para una tertulia ilustrada, mientras que los preservativos no dan ni para chascarrillos tabernarios. El sentido común hace tiempo que es causa de escándalo, confiemos en que no lo sea también el del humor. La política, cuando tiene visos de creencia religiosa y se debate en sus contradicciones, adquiere la seriedad del burro porque no puede hacer otra cosa: ¿cómo convencer de lo que la razón y el buen sentido rechazan si no es con gravedad?

Soñábamos con una sociedad de ventanales abiertos donde se respirara bien y hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de una asfixia a otra. Y no nos hemos dado cuenta porque no nos imaginábamos que acabaríamos así. Éramos muy jóvenes para saber que las sociedades no cambian, se transforman hacia lo mismo con apariencia distinta. Cambian las ciencias, desconocidas para la inmensa mayoría, y las técnicas que facilitan o enredan la vida; pero lo puramente humano continúa adelante con disfraces y maquillajes distintos cada vez. No ha habido una guerra desde hace más de 70 años, ni una invasión aún. Somos los mismos, hijos de los mismos y nietos de los mismos. No ha venido gente de fuera para traer novedades ni ha habido una revolución. Hemos cambiado el nombre de las cosas y revestido los dogmas con otros ropajes para que el pueblo, hoy masa, los acepte sin discusión.

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