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Veo pasar una comitiva de escolares camino de alguna visita cultural. Así que llegue diciembre empezarán a multiplicarse para visitar los nacimientos. Nada más alegre que estas filas de niños y niñas cogidos de la mano, nada más esperanzador por tener la vida ante ellos, nada más inocente en todas las acepciones que la palabra tiene: libre de culpa, cándido, sin malicia, que no daña, que no es nocivo… Sin embargo, cuando los veo a la felicidad se unen la culpa y la tristeza por la incapacidad de los adultos para construir, de una vez por todas, un mundo que no los intoxique, los maltrate de cualquier manera y les obligue a adaptarse a las estructuras viciadas que, generación tras generación, se han perpetuado. Mejorando, sí, pero nunca lo suficiente. Y no sin retrocesos.
No me refiero a los 1.400 millones de niños menores de 15 años que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Save the Children y Unicef “carecen de cualquier forma de protección social, lo que los hace vulnerables a las enfermedades, la mala nutrición, el abuso y la pobreza”. Me refiero a los de nuestro entorno, y no solo a los más desfavorecidos de entre ellos. Vean estas alegres comitivas todavía no intoxicadas por el racismo, el clasismo, el darwinismo social, el adocenamiento que mutila su espontánea creatividad (“Todos los niños nacen artistas. El problema es como seguir siendo artistas al crecer”, dijo Picasso). Ningún niño nace ladrón, asesino, explotador, racista. En la inmensa mayoría de los casos son las circunstancias sociales las que determinan el mal. ¿Rousseau? Pues sí (y Dios para los creyentes).
En su defensa de las utopías Dignos de ser humanos (Anagrama) escribe el neorousseauniano R. Bregman: “Toda mi investigación me ha llevado a Jean-Jacques Rousseau y su concepción de una naturaleza humana fundamentalmente buena pero pervertida por las civilizaciones violentas y tiránicas…. El credo moderno –o peor, la creencia de que no queda nada en que creer– nos impide ver la cortedad de miras y la injusticia que aún nos rodea a diario… ¿Por qué trabajamos cada vez más desde la década de 1980, a pesar de ser más ricos? ¿Por qué hay millones de personas viviendo en la pobreza cuando somos más que suficientemente ricos para erradicarla para siempre? ¿Y por qué más del 60% de nuestros ingresos dependen del país donde por casualidad hemos nacido?”. Pregúntenselo.
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