Mauricio Gil Cano

La odisea crepuscular de Pedro Rodríguez Pacheco

La odisea crepuscular de Pedro Rodríguez Pacheco

La odisea crepuscular de Pedro Rodríguez Pacheco

A la edad en que muchos poetas se esmeran en ofrecer antologías de sus obras publicadas, Pedro Rodríguez Pacheco (Sanlúcar la Mayor, Sevilla, 1941) se atreve con una antología apócrifa de varios cuadernos inéditos titulada Memorial del arte de la seda (Barcelona: Ediciones Carena, 2022). Bajo dicho título, reúne abundantes "poemas locos y herméticos" que fulgen con el brillo de las joyas literarias. Asegura el autor que, al enfrentarse con tanta dispersión y tratar de organizar el caos, se dio cuenta de cierta estructuración posible y organizó un libro de carácter elegíaco donde rinde culto a la amistad, el amor y los recuerdos.

El volumen, estructurado en tres partes, está sembrado de dedicatorias, no pocas in memoriam, que aluden a poetas y amigos vinculados a la peripecia vital de Rodríguez Pacheco. Literalmente, el arte de la seda sería "la labranza lujosa de un tejido exquisito, llámese seda cruda o salvaje, terciopelo, brocado, etc.", como apunta Pacheco en su prolegómeno. Efectivamente, a cada una de las partes del libro aplica esta distinción: seda cruda o salvaje, la rosa —es decir, la ilusión del terciopelo— y el brocado. Con «la lucidez del animal que sabe», el poeta hace recuento de sus pérdidas para confirmar, entre cenizas humeantes, una poética concebida a contracorriente, desde la diferencia y frente a las modas y convencionalismos imperantes. Hay un fragor visionario en estas páginas, un afán enigmático por dilucidar el misterio o por exponerlo inmanente a la luz del lector: "Alzaos en contra mía,/ decid que nunca he sido,/ que no he existido, nunca;/ negad mi identidad".

Autor de muy solvente y prolífica trayectoria, Pacheco da muestras de una prodigiosa fecundidad en un conjunto donde cada elemento invita a la penetración para dar en ese surtidor —universo de universos, en palabras del «arrogante» Rubén Darío—que es el alma del creador. De la música de jazz al Cantar de los Cantares, del Grial al cuello de la botella, de las alcobas vacías al laberinto que sella sus salidas; aun confeso de «la decadencia que depara/ esta ingrata vejez que no me curo», el fuego de su fragua no se apaga y alcanza proporciones magistrales en los sonetos, en las canciones donde «el río de la vida/ no se detiene», en los versos sonámbulos del pájaro que advierte: "ninguna música/ le ganará tiempo a la muerte". A pesar de una explícita voluntad de despedida, el deseo sigue, pues "aún espera la vida para ser inventada", exaltada por las alas de oro de una ilusión expectante.

En el abismo de estos versos persiste un perfume de jazmines, aún amanece la juventud vivida en este ensueño crepuscular del poeta que escribe a pecho descubierto su particular visión de la existencia. Y apostilla: "Que nadie me deplore mis locuras/ o las ansias obscenas de vivir". Hay cierta vena satírica que florece en artefactos perfectamente envenenados, pero la extrema locura del éxtasis inunda las palabras en clara insurrección lírica. Con Memorial del arte de la seda, Pedro Rodríguez Pacheco incide en la piel del lector y lo acerca a sus ascuas de pasión creadora para musitarle una simple verdad, el deseo —feliz conclusión— de "encontrarme con Dios en los espacios de mi paraíso".

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