Tribuna Cofrade

Susana Esther Merino Llamas

A su memoria eterna

El pasado domingo, cuarto de nuestra bendita Cuaresma, sobre los muros de la casa de todos los jerezanos, la Basílica de Ntra. Sra. de la Merced coronada, se quedaron prendidos los compases salidos de la magistral y exquisita inspiración del insigne compositor jerezano D. Germán Álvarez-Beigbeder.

El acto, organizado por la mercedaria hermandad del Transporte y presentado por D. Francisco Lozano, contó con un ramillete de piezas interpretadas por el buen hacer de la Banda de la Cruz Roja de Sevilla, dirigida maravillosamente por D. José Ignacio Cansino González. Qué mejor sitio que ante los perfiles de azabache de Nuestra Amantísima Patrona, y ante la belleza aflamencada de canela y clavo de Madre de Dios de la Misericordia, para rendir un más que merecido homenaje a la eterna memoria del que fue, es y será uno de nuestros paisanos más ilustres.

Mientras Jesús del Consuelo, el Señor del compás, el del pómulo morado, permanecía silente en su capilla con el bronce de sus manos fundiéndose entre anónimos Padrenuestros, la corporación musical empezaba a desgranar un binomio de quilates de profesionalidad y arte, en consonancia con las marchas que estaban previstas para ser interpretadas. Precisamente ‘Memoria eterna’ es el nombre del trabajo discográfico que se presentaba como tributo a la figura de D. Germán por el cincuenta aniversario de su fallecimiento, además de tratarse también del título de una de sus excelentes composiciones.

Se abría el concierto con ‘Nuestra Señora de la Soledad’, dedicada a la que es la Emperaora de la Porvera. Con los mismos inciensos que flotaban en el aire en la misma  jornada dominical, cabalgaba el eco de esta hermosa composición para dejar un beso de amor ante las plantas del Señor Descendido. Mientras, a María Santísima del Desamparo le llegaban a los medios de Santiago los compases de la marcha que lleva su nombre. Ritmos regios que se cosen al quiebro de cintura del mejor de los nacíos, el Señor del Prendimiento. La cadencia de esta magnífica pieza no quería irse del moreno barrio sin subir la misma calle Taxdirt para contemplar la hermosura de nácar que es el tesoro más preciado de la Real Capilla del Calvario, la Virgen de la Piedad, la que lleva trescientos años bendiciendo a Jerez entero cada tarde-noche de Viernes Santo derramando su gracia entre el Cielo y la Tierra.

 Álvarez-Beigbeder no pudo hacerle una mejor ofrenda a la dolorosa de San Dionisio. ‘Nuestra Señora del Mayor Dolor’ se hacía presente en el concierto para evocarnos añejas tardes de Jueves Santo, ésas de Oficios y visitas a Sagrarios junto a las blondas del luto de la tradicional mantilla. Así que también el Señor del Ecce-Homo recibió sobre su cuerpo lacerado el bendito bálsamo de la marcha dedicada a la Madre. Luego vendría ‘Cantemos al Señor’, seguido después del que es el himno de la Semana Mayor de Jerez por excelencia: ‘Cristo de la Expiración’, con esos compases teñidos de alamares negros que llegaban al Campillo, para agarrarse al mástil de plata del mismo ‘Undivé’ hecho hombre.

Con la continuación de ‘Reina del Carmelo’, los espíritus mercedarios y carmelitanos se trocaban en uno solo. Carismas que, casi sin darse cuenta, se convertían en leve caricia sobre los clavos del crucificado de la Sagrada Lanzada, que se hunden en el recio madero junto a nuestras culpas, a la vez que se  vierte sin descanso el Cáliz de Vida Eterna que emana de su costado.

Finalizaba el concierto con ‘Virgen del Valle’. Ella, la ya siempre ‘flamenca del manto rojo’ –qué mejor piropo para ese empaque canastero llegado del mismo Cielo- se embelesaba con el rumor de esas notas que venían desde La Merced a las mismas puertas de la recién remozada Ermita de San Telmo.

Y es que no podía ser de otra manera. Un jerezano domingo de Cuaresma dedicado a la figura de nuestro ilustre compositor, D. Germán Álvarez-Beigbeder, a quien nunca deberemos dejar de recordar. Todo sea por él, por su obra, y a su ‘Memoria Eterna’.

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