Palabras que el viento no se lleva

29 de diciembre 2025 - 05:10

Sólo los humanos disponemos de ellas, las palabras. Las usamos para comunicarnos… y para destrozarnos. Fieles a nuestra condición, a menudo hacemos de un bien tan preciado fatales herramienta para causarnos daño.

El dicho popular nos advierte que 'las palabras se las lleva el viento', queriéndonos decir que lo que hoy te dicen nada puede valer mañana. Consejo que, aunque duela, no queda otro remedio que darlo por acertado.

Hablamos demasiado. Cuando no debemos y como no debemos hacerlo. Parece que como no nos cobran por decir lo que digamos, decimos de todo, menos lo que debiéramos y cuando tendríamos que hacerlo. Parece que decir 'donde dije digo Diego' no tuviera repercusión ni consecuencia, pero no es así.

Comenzamos por sernos desleales, pretendiendo, a continuación, engañarnos a nosotros mismos. Nos queremos convencer de que lo que dijimos no fue 'eso', sino 'aquello'. Fabricamos excusas para no cumplir con lo dicho, inventamos disculpas para no atender a lo comprometido, y así nos va… Si no hay documento, suficiente y fehaciente, que nos obligue, trataremos de aducir lo imposible para liberarnos de lo que con libertad prometimos. Hemos conseguido, entre otros muchos logros, que el valor de la palabra sea nada.

El tiempo en el que lo prometido era deuda de honor y un apretón de manos sellaba, sin posible vuelta atrás, un compromiso, se fueron para no volver. Una pena más que añadir a la lista larga de sinsabores que los humanos nos especializamos en alcanzar.

De modo que sí: 'las palabras se las lleva el viento'. Hoy, aunque siempre haya excepciones que confirmen la regla, lo dicho no valen nada. Y no obstante, hay palabras que el viento, por fuerte que sea y tiempo durante el que sople, no se puede llevar. Y no se da este caso porque hayamos decidido ser coherentes y cumplir con honestidad lo que hayamos dicho, sino porque aquellas palabras dichas causaron un daño ya irrevocable.

El silencio siempre es preferible a la charlatanería. Saber escuchar es más difícil, pero más inteligente, que hablar si por hablar se habla, pues cosa distinta es cuando se dice con conocimiento o sabiduría. Pero hay dos situaciones en las que el silencio no debiera ser alternativa si no obligado: cuando nos domina la ira o cuando nos abate la desesperación.

Si de esta última actitud se trata, hablar desde la desolación, aun pudiendo ser las consecuencias desastrosas, lo que entonces, sin deber decir, dijésemos tendría una disculpa. Y no es otra que la fragilidad que nos condiciona y lo limitado de nuestra inestable condición, que nos hace débiles. Por el contrario, si es la ira la que nos domina, es muy otra la cuestión.

Y para ver causas y consecuencias de las palabras que decimos cuando la ira nos domina, nada mejor que releer a Séneca: "La ira es el deseo y no la facultad de castigar, por eso jamás apoya la razón". Cuando decimos palabras desde la ira, es más que probable causar un daño irreparable a quien se las decimos y las escucha. Agarren un papel y arrúguenlo hasta hacerlo una pelota, luego estírenlo y traten de regresarlo al estado en el que estaba antes de estrujarlo… Pues igual pasa con el sentir de la persona a la que, iracundos, increpamos o humillamos, reprochamos o ultrajamos.

"La ira, si bien enemiga de la razón, sólo se desarrolla en el ser capaz de razón", nos decía el filósofo cordobés. Ahora debiéramos meditar si, en nuestro caso, es la razón más fuerte que la ira o si sucede lo contrario. Pues de que se dé una circunstancia u otra va a depender nuestra actitud y con ella las consecuencias que tengamos luego que enfrentar.

El gran Sócrates le dijo a su esclavo: "Te azotaría si no estuviese encolerizado". Con esta sabia actitud esperaba a estar más tranquilo para corregir al esclavo a la vez que se corregía a sí mismo.

'La razón quiere decidir lo que es justo, la ira quiere que sea justo lo que ella decide'. Es nuestra decisión -siempre lo es- ceñirnos a la razón o doblegarnos a la ira. Pero no olvidemos que instalados en ésta, alejados por tanto de la razón, diremos palabras que no se llevará el viento. Y es posible que no fuese esto lo que queríamos.

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