HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El pasado

HE terminado por comprender el éxito de la absurda expresión "proyectos de futuro", como si se pudiera contraponer a imposibles "proyectos de pasado". Los últimos años españoles han sido de mirada nostálgica al pasado histórico reciente, como si lo hubiéramos contenido en una burbuja de melancolía, y de aventuras y saltos al vacío para el futuro a ver si con alguno entreveíamos los secretos del porvenir. Hay un error enquistado en las mentes envejecidas y bonachonas de la antigua progresía, alimentado por los enredos dialécticos de quienes lo único que les interesa es ganar elecciones: las dictaduras conservadoras son malas y las izquierdistas, buenas. No es lo mismo matar y esclavizar por defender una u otra, aunque entrado el siglo XXI ambas se hayan demostrado reaccionarias. En las sociedades civilizadas no caben dictaduras y las libertades individuales son defendidas hasta por quienes no creen en ellas.

Las generaciones progres (son dos, y una tercera, aún joven, que imita a sus mayores por inercia en lo puramente externo) viven presas del pasado con las enfermedades del alma propias del siglo. El progreso se detuvo alrededor de 1980 o algo después y temen a un futuro que imaginan incierto, como si alguna vez se hubiera detenido el curso de la historia para volver a vivir la juventud con sus equivocaciones corregidas. Nada es nuevo. La resistencia a los cambios es muy humana, lo que ocurre es que los cambios son inevitables (los historiadores los llaman "constantes históricas"), pero se les conjura rectificando y volviéndolos conservadores. La difusa, neblinosa y anticuada izquierda lo lleva haciendo decenios y cada vez atina mejor en su estrategia para detener el tiempo y vivir en el pasado con formas, vocabulario, indumentaria e inocuas extravagancias con apariencia de progresismo. Temen a las sociedades libres.

Tanta beatería hay en el espíritu de sacristía como en el anticlericalismo, tanta opresión en la esclavitud de la mente como en la libertad a la fuerza, tanta injusticia en la supresión de derechos fundamentales como en la proliferación de derechos encontrados para no poder ejercer ninguno, tanta amenaza en el ultranacionalismo español como en los independentismos periféricos. Para que haya diferencias aparentes entre unos y otros hay que manipular las conciencias enredando las palabras. El miedo al futuro y a la libertad, tan popular y arraigado como repetido en la historia, hará que, si no pasa algo imprevisto, los próximos años sigamos gobernados por una gerontocracia progre que se niega a dejar de serlo, que ha hecho del izquierdismo falso un impedimento para la capacidad de análisis y de crítica, para respirar en libertad sin la asfixia de una sociedad de buenos y malos con un sentimiento de culpa creado para dominar.

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