
Marco Antonio Velo
"Soy la Santísima Virgen de la Esperanza, fui donada a la Hermandad por José Soto Ruiz" (I)
Su propio afán
Iba a escribir una columna quejumbrosa, hasta que he recordado que los hombres (con perdón) no lloran (con perdón). Mi idea originaria, que ya tenía en un esquemita y todo, en una servilleta de papel de la cafetería, era que nos están robando las discusiones discutibles, donde el resultado da un poco igual. Eran deliciosas y descansadas. El espacio público español y occidental se ha llenado de discusiones vitales, literalmente, como si se puede o no ofrecer oír el latido de un feto en riesgo de voluntaria liquidación, o si hay que llamar mujer a un ser humano con cromosomas XY, o si la historia es reprogramable. Cosas que afectan a la piedad o a la ciencia más elementales. También lo profetizó Chesterton: nos terminaríamos peleando para defender que la hierba es verde.
No voy a quejarme. Me voy a asomar a la ventana, en cambio, a ver lo verde que se ha puesto el césped con las últimas lluvias. Me encantaría tener con quien discutir largamente sobre los tonos de estos verdes. Llovía a ráfagas y luego el cielo se ponía azul (con perdón) y parecía que estábamos en una novela de Jane Austen (con perdón), de esas en las que hace bueno y la hermosa (con perdón) protagonista sale a pasear, pero cae un chaparrón y se tuerce el tobillo y la recoge (con perdón) en brazos (con perdón) un joven caballero (con perdón) con una buena renta (con perdón). Qué bonita es la lluvia y qué necesaria.
También para las vacas (con perdón) que nos terminaremos comiendo. Repito lo del perdón por reírme, pero no le pido perdón a nadie, que aquí hemos venido a celebrar cosas.
Aunque también estaría muy bien que discutiésemos, mis queridos lectores y yo, si lo de repetirme tanto tiene un pase o ya me he puesto muy pesado. Algo fácil, que no sea una cuestión de derechos humanos esenciales, de vida o muerte, o que pretenda dejar la libertad de expresión tiritando. Si lo he escrito mal, para los próximos artículos intentaré hacerlo menos. O no, pero disculpándome más. Lo insoportable es vivir con la angustia de ver que la civilización se hunde y que la mitad más o menos de nuestros contemporáneos lo ríe como un chiste, y que ya puede uno bracear desesperadamente que, total, para nada, porque no se puede convencer a quien le parece intolerable que dos más dos sean cuatro (con perdón). Y, mientras tanto, la ventana desatendida y la belleza del césped brillante sin nadie que la cante. Brillante y verde.
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