En el XIX se van a consolidar las campañas de pavimentación emprendidas en la ciudad ya en el siglo anterior. Jesús Caballero Ragel en su nuevo libro "Apuntes para el Urbanismo en Jerez durante el siglo XIX" dedica a esta cuestión un apartado dentro del mismo. Aunque se hará un comentario sobre el contenido íntegro de este notable trabajo en próximas semanas, hoy hay que detenerse en este aspecto concreto del empedrado de las calles.

Jerez vivía entonces un momento álgido gracias a la industria del vino. Esto conllevó un intenso tráfico de mercancías que terminaría provocando el deterioro de los pavimentos y, en consecuencia, una continua renovación. Nos cuenta Caballero Ragel que el Ayuntamiento cada año acopiaba piedra, procedente de las canteras de San Cristóbal y de la de Adusa, situada en la orilla oriental del río Guadalete, así como losas de Tarifa, estas últimas con destino al acerado. Es a partir de 1841, y bajo la dirección del arquitecto municipal Balbino Marrón, cuando se inicia un plan integral, hablándose en la documentación de emplear "piedra de lastre" de la referida cantera de Adusa. Si bien el gobierno municipal reclamaba el costo de estos trabajos a los propios vecinos, ante los incumplimientos por parte de éstos y el rápido ritmo de reposición, hubo frecuentes problemas de desabastecimiento y de endeudamiento. Con todo, en 1861 se había conseguido de manera exitosa empedrar la ciudad entera.

En la calle Carmen, a pesar de haberse perdido las aceras originales de losas de Tarifa, conservamos un histórico ejemplo de empedrado donde se usa la citada "piedra de lastre". La idea que tiene el actual Ayuntamiento de no repararlo, sino de sustituirlo por los adoquines retirados de Corredera, lo convierte en una víctima colateral, silenciosa, relegada, pero igual de deplorable.

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