Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
–Hola, ¿qué tal, cómo te ha ido?
–Bien… pero me he llevado un susto enorme.
–¿Y eso, qué ha pasado?
–Bueno, estaba pelando unas zanahorias y he tomado un trozo… Se me ha atragantado, y… no podía expulsarlo. Me costaba respirar, intenté tratar de beber agua, entonces… ¡entonces me asusté de verdad! No podía tragar, el agua llenaba la boca y rebosaba, pensé que me moría, estaba sola en casa… ¡no supe que más hacer! Me pasaron por la mente imágenes de la infancia, de mis padres… de ti… ¡qué angustia!, creí que me moría…
Y, en esta ocasión, quedó en momentos desesperados y un tremendo susto, pero podía no haber sido así.
Un inocente trocito de zanahoria, o de pan… un coche cuyo conductor se salta el semáforo, en rojo, o un paso de peatones, o hace un adelantamiento temerario en un cambio de rasante… o la fatalidad de un accidente cualquiera, o… el corazón, que por algún motivo, que los galenos desconocen, dice: hasta aquí hemos llegado, compadre… y se acaba todo.
Nos acostamos pensando en lo que vamos o tenemos que hacer al despertarnos, pero olvidamos que ‘despertar’ es un mucho suponer. La rutina de lo cotidiano termina por acomodarnos a unas costumbres que nadie nos haya dicho que lo sean. Están ahí, la repetición de los usos crea hábitos, y a la práctica de lo habitual enseguida nos acomodamos y, a continuación, de modo involuntario, lo damos por cosa hecha y lo hecho lo pensamos como seguro, pero no lo es: ni es seguro ni está asegurado, ni tiene porqué repetirse ni continuar como usual. Sólo cuando sentimos de cerca la permanente posibilidad de la presencia inmediata de lo que tanto tememos, la muerte, reaccionamos… eso, quien reacciona, pues a pesar de los continuos avisos con los que La Parca nos recuerda que vive, siempre muy cerca de nosotros, los más de los muchos ignoran lo muy factible de su aparición.
Y no se trata de vivir asustados ni temerosos ni siquiera precavidos, salvo en lo que el sentido común y la prudencia disponen, no serviría en absoluto para nada; se trata, más bien, de ser conscientes de una realidad que no por temida va a desaparecer.
Asumir, de veras y en todo lo que esta palabra supone, lo efímero de nuestras vidas, no debería llevarnos más que a tratar de vivirlas del modo más coherente posible con lo que en realidad somos, lo que sentimos y con lo que en verdad importa. No tenemos tiempo para lo superfluo, lo que sobra, sobra; es más, no hay tiempo, ni siquiera ni tampoco, para todo lo que no sobra: es mucho lo bueno, lo bello y lo sabio, por eso tenemos que aprovechar, desde y hasta el más inmediato de los momentos, para vivirlos, no pasar por encima de ellos, ¡vivirlos!
Cada uno es hijo de su madre y de su padre, por supuesto: “en la variedad está el gusto”, y “para gustos están los colores”, y “el libro de los gustos está en blanco”, y… Pero hay conceptos universales que sirven a todos: lealtad, humildad, agradecimiento, bondad, ternura, nobleza, misericordia, generosidad, belleza… Asunto distinto es cómo y donde cada persona los pueda, con honesta sinceridad, encontrar; sin embargo, y en nuestra opinión, asumirlo con plena convicción, echarle ganas y dedicar tiempo a cambiar las motivaciones que nos condicionan, si entre ellas no están las más de las que acabamos de mencionar, el resultado no traerá nada bueno, eso ¡en el mejor de los casos!
Nada que valga la pena se consigue sin esfuerzo, esto ya lo saben, y no deja de ser difícil cambiar hábitos o mudar costumbres, pero tampoco es algo inalcanzable, al margen de nuestras posibilidades, o reservado para legendarios espíritus casi sobrehumanos e invencibles, o lejanos héroes inexistentes, o santos o almas que alcanzaron la virtud en la meditación, no, está al alcance de personas normales, como usted o como yo, eso sí, sólo hay que querer y estar dispuesto a pelear y continuar y prescindir de mucho de lo que creemos necesitar y no es así. De acuerdo, es más fácil dejarse llevar, pero entonces sólo llegarás donde la corriente, la que con más fuerza empuje y te arrastre, te lleve, no a donde tú quieras y decidas llegar.
Quiere a quien te quiera, no hagas mal, habla con tú mirar, siente… escucha, no oigas, vive… palpa… siente… Lo que vale está en lo que somos, no en lo que tenemos.
Un trocito de zanahoria… un: “hola, ¿qué tal?”, “bien pero me he llevado un susto…”, palabras de todos los días, sencillas y, por vivas, hermosas, que no apreciamos en lo que valen… hasta que no hay nadie que las pueda pronunciar… por ejemplo, si el pedacito, en lugar de zanahoria, hubiera sido de muerte.
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