Antonio Reyes

¿Qué nos queda?

TIENE QUE LLOVER

07 de julio 2009 - 01:00

LO peor de hacerse mayor es quedarse sin mitos. El ser humano vive aferrado a símbolos, a ideas que quedan plasmadas en imágenes y que se incorporan a su interior para acompañarlo durante toda la vida. El problema empieza cuando los símbolos que han cimentado toda una existencia comienzan a esfumarse.

Sin ir más lejos, ahí tenemos a Che Guevara, el gran mito de mi generación. En estos días su nieta ha publicitado la revolución vegetariana. Para ello, ataviada con boina como la de su abuelo, deja ver el torso desnudo escondiendo sus tetillas tras una banda de zanahorias a modo de balas. ¿Qué diría su abuelo si la viera? Otro ejemplo, Daniel Conh-Bendit, Dani el Rojo, el agitador del Mayo francés del 68, acaba de tomar posesión de su escaño en el Parlamento europeo. ¿Quién lo iba a decir?

Hace unos días asistí, por primera vez, a una boda en el Ayuntamiento. Antes, casarse por lo civil era un acto de desobediencia contra el orden social y religioso imperante. En la boda sentí que otro de nuestros símbolos se diluía como un azucarillo. Y es que ya no hay diferencias entre el ritual civil y el eclesiástico. Los asistentes al Ayuntamiento visten sus mejores galas como si fueran de boda a la catedral de Palencia. No faltan tampoco los fotógrafos, ni los trajes de cola. Menos aún, el arroz y los pétalos de flores que los asistentes arrojan a la salida a los contrayentes. Los conserjes municipales, con camisas celestes y corbatas, ofician con la misma pericia que los mejores acólitos eclesiales. Y como no puede faltar ni un detalle, los sones de la Marcha Nupcial de Mendelssohn acompañan a los novios en su entrada a la sala de plenos como si estuvieran en un templo con todos sus apaños. Y cuando uno ya pensaba que no quedaría nada más por ver u oír, resulta que el munícipe de turno, medalla corporativa al cuello, oficia con la misma prestancia y oratoria que la del más avezado párroco de la diócesis. Oyéndolo hablar de amor y de fidelidad probé a cerrar los ojos, y por unos instantes no fui capaz de saber si estaba en el Ayuntamiento o en el Monasterio de Silos.

Ante tanto derrumbe de símbolos, sólo nos queda reconfortarnos con ideas transgresoras. Por ejemplo, con la posibilidad de que, por esos gajes ilusorios de la historia, triunfara la revolución vegetariana de la nieta del Che y se hiciera obligatorio el uso compartido de determinados vegetales para la mutua satisfacción de futuros esposos civiles. O que los contrayentes que fueran al Ayuntamiento a casarse lo hicieran con el ayuntamiento, el carnal, ya probado, y requeteprobado. O que, allá en la tribuna de Estrasburgo, en un acto de rebeldía, Dani el Rojo sacara adelante una propuesta revolucionaria que prohibiera el matrimonio en el territorio europeo y ordenara desterrar, por arcaicas y somnolientas, palabras como amor y fidelidad, vocablos que hoy usan por igual párrocos y concejales. Mucho consuelo habrá que buscar en la transgresión, porque ahora nos anuncian los bautizos civiles… A este paso tendremos "Concejales Monseñores".

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