Sentirse nube

Cuarto de muestras

08 de junio 2025 - 03:06

Habrán podido comprobar que estos días los medios de comunicación han estado rebosantes de porquería. Prefiero la basura con su poder hipnotizante porque nos ayuda a meditar, a creer que somos limpios, ordenados. Es colorista y uniforme a la vez. Nos iguala y nos distingue. Cuando gotea nos recuerda que somos flor de un día y que hasta lo más exquisito puede acabar apestando. Nuestras piltrafas tienen memoria y sirven tanto para avergonzarnos como para presumir de ellas. Bajo sus despojos se enconde un almanaque invisible recordándonos que atrás quedó, un año más, el día de Reyes o el de Navidad o un íntimo aniversario o un día de limpieza regeneradora o una enfermedad o la humillación de la vejez con su bulto de pañales sucios o la expectación de un bebé con todo su aparatoso estreno de vida y desperdicios. Qué hacen policías, periodistas, médicos, abogados, escritores y sacerdotes, qué hacemos todos sin percatarnos de ello, sino hurgar en nuestras sobras. Yo sería de los que van por la calle deteniéndose en cada contenedor en horas intempestivas, colocando un palo para sujetar la tapa y así, descubrir entre la cochambre, todo aquello que consideramos desecho. Desde fotos olvidadas hasta un recién nacido abandonado por quien antes descubrió su propia miseria, la inmundicia del mundo.

Se empeñan en enseñarnos que hay que ser ordenados en la vida, que debemos saber tirar. Que al parecer existen cosas, personas, recuerdos, conocimientos, que son del todo innecesarios, ocupan su sitio y nos empolvan. Hay auténticos tratados de limpieza para descubrir, nunca a tiempo, qué tirar y qué conservar, qué borrar y qué guardar en nuestras memorias naturales y artificiales. Qué creemos que podemos retener y qué fingimos que ha salido para siempre de nuestras vidas. En fin, yo no he conseguido aún descubrir el impoluto punto limpio en el que dejar sin remordimientos ni imposturas todo lo que, quizás, sólo quizás, es desechable.

Pero cómo ignorar que todo es pérdida y vana acumulación. Cómo asumir que a veces retenemos lo prescindible y dejamos perder lo valioso. Para qué ordenar ese puzle cuyas piezas se mueven solas y a su antojo. A veces me siento como la “Bolsa de plástico” del poema de Karmelo Iribarren: “Mírala/ ahí/ en mitad de la calle/ sola/ quieta/ temerosa/ de que aparezca el barrendero/ soñando/ con un poco de viento/para sentirse/nube”.

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