La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

No solo las dictaduras censuran

Franco fue un adelantado a su tiempo. Lo que se hace ahora en Inglaterra o EEUU es que lo que se hacía aquí en la dictadura

Los imbéciles sin fronteras la han tomado ahora con Agatha Christie, volviendo a demostrar que censura y democracia no son términos incompatibles. No es la primera vez que manosean a la gran dama del crimen. Se cambió el título de Diez negritos por Y no quedó ninguno para eliminar el peyorativo de nigger racista y también se alteró el texto de la canción infantil que lo inspiró, en la que los diez negritos que iban desapareciendo se convirtieron en diez soldaditos. Ahora la editorial que controla su obra le ha metido mano a otras novelas. Según el Sunday Times una comisión de "lectores sensibles" las ha revisado para eliminar todo lo que se considere ofensivo -insultos, referencias étnicas, descripciones físicas- para mayor serenidad y formación de los lectores tan sensibles como los que censuran las obras. De seguir dejando mano libre a los puritanos para manipular los textos en el futuro será imposible saber cómo se sentía, se escribía, se pensaba y se vivía. Incluso la culpa de la utilización de ciertos términos quedará borrada en una especie de absolución colectiva y borrado de antecedentes de los autores culpables.

En esto hay que reconocer que Franco fue un adelantado a su tiempo. Lo que se está haciendo ahora en las democracias es lo que se hacía aquí en la dictadura. Recuerden como el "apoyá en el quicio de la mancebía" de Ojos verdes se convirtió en "apoyá en el quicio de tu casa un día"; como en Casablanca Bogart nunca luchó en el bando republicano, enviándolo la censura a Austria; como en Arcode triunfo, preguntada Ingrid Bergman si Charles Boyer (su amante) era su marido, en el doblaje censurado dice que sí mientras en la imagen lo niega con la cabeza; como en Ladrón de bicicletas (cuyo título fue reducido del plural original al singular para no generalizar la denuncia) a uno de los más conmovedores finales de la historia del cine, en el que no se pronuncia una palabra, le metieron una voz off que decía: "El mañana aparecía lleno de angustia ante este hombre, pero ya no estaba solo. La cálida manecita del pequeño Bruno entre las suyas hablaba de tener fe y esperanza en un mundo mejor. En un mundo donde los hombres llamados a comprenderse y amarse lograrían el generoso ideal de una cristiana solidaridad"; por no redundar en el famoso adulterio convertido en incesto de Mogambo. Pues así estamos hoy en las democracias.

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