Marco Antonio Velo
Jerez: la calle Don Juan, Luis Ventoso, Loreto y el gesto de María Luisa
LOS que nos tiramos unos buenos años estudiando, y más si a eso le añadimos otros largos de ejercicio del profesorado, como es mi caso, solíamos medir el tiempo más por el calendario académico que por el tradicional. Octubre aparecía en nuestras vidas como el mes de la renovación, de los planes y proyectos para el nuevo curso. Un tiempo, pues, ilusionante, alentado incluso por el cambio climático y de hábitos. La realidad que en estos días vivimos hace que, de manera desgraciada, ese positivo carácter se haya esfumado, porque, si miramos hacia delante, el panorama no puede ser más sombrío. Naturalmente, no se puede obviar la pandemia con la que nos está tocando convivir —vencerla, por ahora, resulta imposible— y sus consecuencias en nuestra forma de vida, a la que le roba, entre otras tantas cosas, algo tan importante como la demostración del cariño.
Quizás no fuéramos tan conscientes, pero somos —o éramos— una sociedad muy cordial, dada a mostrar sus afectos de forma explícita y física. Nos veremos, por tanto, poco y fríamente, y eso siempre que la situación no empeore, porque, si prosigue el crecimiento de los contagios, no sé dónde iremos a parar. Pero, más allá de ese vivencial componente, lo que más ensombrece este inmediato futuro es, sin lugar a duda, la gestión que se está realizando de esta crisis. No excluyo a nadie: hay demasiada gente entre nuestros vecinos que actúa de forma irresponsable con comportamientos que sabemos que no ayudan. Pero, por encima de todos, está la actuación de nuestros políticos que, directamente, ya llega a dar miedo. Los hay que siguen haciendo de esto una batalla política en la que se miden más los réditos electorales que el interés y la salud de todos. Es lo mismo de siempre: parece que solo piensan en sí mismos y no les duelen prendas desdecirse o contradecirse con tal de imponerse en esa absurda pelea. Para llorar.
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