Alberto Núñez Seoane

De la honestidad

Tierra de nadie

17 de junio 2024 - 01:58

Es un valor que, como la mayoría de sus compañeros, no sólo está en desuso, es que dialogar sobre él, sobre lo que significa y lo que implica, es considerado por las gentes una pérdida absoluta de tiempo; no piensan así de invertir ese precioso tiempo en poner a caldo al vecino, criticar al compañero, al “amigo” y a quien se tercie; o de comentar sobre vidas ajenas, ya sea de conocidos ya de personajes de cartón piedra introducidos, con calzador, en la rutina diaria de los imbéciles que lo permiten, para dedicar sus grises existencias a tan altas y provechosas miras.

Los “valores”, como bien sugiere su nombre, dan cuenta de la valía moral, y ética, de una persona. Y, lo que una persona vale, se mide por la ética por la que se conduce y por la moral que determina su actitud, no por los bienes ni los cargos ni la fortuna ni el poder que tenga u ostente. Pero, las gentes que mueven la costumbre del mundo en el que vivimos, esas masas, obtusas y amorfas, objeto del deseo de políticos charlatanes, populistas pendencieros, oradores de muladares y demás ralea, dueña y señora de la política que nos consume y destroza; perseguidas por vulgares y mentirosas campañas de márquetin para vender todo lo que nadie necesita; encuestadas, manipuladas, dirigidas y devoradas por un consumismo tan cerca de lo absurdo que parece irreal; esas masas sin personas, esas gentes sin nombre, pero que dan nombre, con su indolencia, al poder, las que mueven el mundo, porque permiten que los que no sirven para hacerlo, lo muevan, no están interesadas, ni quieren estarlo, en nada que tenga que ver con esos “valores”, por otra parte, indispensables para ser las personas que debemos ser, que ellos dejaron hace tiempo de ser. Y así están las cosas.

La honestidad va más allá del no mentir. Decir la verdad es imponer la coherencia entre lo que decimos y lo que pensamos; ser honesto supone, también, el respeto hacia los demás -no engañar ni hacer trampas ni robar-, pero además, ser íntegro con uno mismo: no engañarte. Una mentira no deja de serlo por repetirla muchas veces, aunque al hacerlo pueda parecerlo, aunque nos la digamos nosotros a nosotros mismos. La honestidad, más que con los demás, tiene que ver con nuestras actitud, con nuestras acciones.

“La honestidad es un regalo muy caro, no lo esperes de gente barata”, esta verdad, como un templo, la dijo Warren Buffett, qué, creo, algo sabe sobre “los demás”. Refleja una situación tan triste y frustrante como cierta; y encaja con lo que decíamos en los comienzos de éste artículo.

Verán, la cuestión es que sin respeto no hay modo de encontrar diferencia suficiente entre personas y bestias. Nosotros tenemos la inteligencia, somos conscientes de lo que hacemos, tenemos la facultad de pensar, y estas capacidades, al igual que nos permiten desarrollarnos, evolucionar y progresar, nos exigen un compromiso, con nosotros primero y después con los demás: no hay excusa para obviarlo, ni para disimularlo ni esconderlo.

Si no se consigue del todo, al menos, con honradez, intentarlo: no debemos anteponer siempre nuestros intereses y debemos evitar las intenciones ocultas para perjudicar a otros; no podemos ser siempre nosotros los que tengamos la ventaja; debiéramos actuar, en toda ocasión, como si alguien, a quien respetamos, nos estuviera viendo: ¿haría esto si él estuviera aquí?, ¿lo diría si me escuchara?, porque somos nosotros quien, ante nosotros primero, tenemos que defender la verdad y la justicia, reconocer nuestros errores, no tolerar el engaño ni el fraude; hemos de aceptar las responsabilidades que, queriendo o sin querer, asumimos, así como las consecuencias de lo que decidimos, y de lo que dejamos de decidir también. Es, son, los modos de estar más cerca de lo honesto ¡Claro que no es fácil!, nada que merezca la pena lo es, pero es bien cierto que es más posible de lo que imaginamos, aunque, eso sí: ¡cuesta!

Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos de América y uno de los “padres de la patria” americana, que tuvo mucho que ver con que los británicos no impusiesen su corrupta monarquía en aquellas tierras, de las que serían felizmente expulsados al final de la Guerra de Independencia, escribió: “La honestidad es el primer capítulo en el libro de la sabiduría”. Difícil encontrar uno, entre los grandes hombres confirmados por la Historia, fuera del camino que lleva a la honestidad.

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