Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

De la libertad y el honor

TOMO prestadas dos palabras, para evocar los significados que tienen, de una página en la que se escribió una de las obras inmortales de la literatura universal; una de esas obras a través de las que una mente prodigiosa nos regala, al resto de la humanidad, el modo con el que liberarnos de la mediocridad, la estupidez y, también, de la mezquindad; al mismo resto de la humanidad que, bien no se molesta ni en leerla, bien la lee y no comprende nada, bien, aun habiéndola leído y comprendido, decide ignorar en lugar de asumir, depreciar en vez de aprender, o atacar cuándo debieran agradecer: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida” (D. Miguel de Cervantes). Me refiero al honor y a la libertad.

Corren tiempos oscuros. Tiempos que parecían olvidados, se suponían superados, se deseaban terminados …, pero no: ni lo último ni lo primero ni lo que está entre ambos, tampoco. La inimaginable necedad, que nos condiciona, ha sido muy capaz de aventajar, en todo, a la sabiduría, la sensatez y la prudencia; la estupidez, que nos determina, ha prevalecido sobre el conocimiento y la rectificación; la memez venció a la lógica, la codicia a lo generoso, la vanidad a la humildad.

De nada han servido las tragedias sufridas, los horrores padecidos, las carencias, privaciones, calamidades e injusticias que, los unos hemos infligido a los otros. Dicen, ya saben, que el pueblo que olvida su Historia está condenado a repetirla; nosotros, hemos olvidado hasta el propio olvido de nuestra Historia. Nada bueno puede llegar cuándo, desde el poder, se justifican medios, aunque sean miserables, para conseguir fines, que se dicen loables.

Estoy seguro de no equivocarme si les digo que nunca hemos sido menos libres, desde que se aprobó la Constitución de 1978, que ahora.

Las tragedias provocadas en España durante la Segunda República -entre 1931 y 1936-, dieron pie a otra tragedia: la Guerra Civil que nos asoló durante los tres años siguientes: de 1936 a 1939. Se terminó con la monarquía de Alfonso XIII para entrar en la democracia plena y la transición hacia la libertad, dijeron… pero nada más lejos de lo que hicieron que ocurriese. No voy a entrar, ahora, en detalles sobre la desastrosa II República ni sobre el horror de la Guerra Civil, sólo apuntar que España era un infierno de salvajismo, violaciones, crímenes y asesinatos, los tres años previos al comienzo de la guerra, y que la barbarie continuó, como sucede en todas guerras, durante la contienda que terminó con la victoria del que se convertiría en dictador por los cuarenta largos años que siguieron. Ni hubo libertad en la Segunda República ni la hubo, como es obvio, en la dictadura de Franco.

Después vinieron años de concordia, la “Transición” -sí, con mayúscula- liderada por D. Adolfo Suárez, nos acercó al verdadero progreso, a avances sociales y económicos, hizo posible la incorporación al occidente más avanzado; España entraba, por la puerta grande, en la Europa a la que pertenecía en la geografía, pero de la que, en todo lo demás, llevaba ausente demasiado tiempo. Y con la “Transición”, la Constitución, y auténticos líderes, como lo fue D. Adolfo, nos encontramos, de nuevo, con la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…”, la misma que, hoy, estamos volviendo a perder.

En cuanto al honor… ¿Qué decir del honor?, ¿dónde lo buscamos?, ¿cómo recuperarlo? “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo” define la R.A.E.; aunque, es curioso, si miramos por su definición en uno de los “buscadores” de Internet más conocidos, no la encontraremos en la primera página, en su lugar aparece una tienda “en línea” de productos informáticos… muy significativo.

La estima de la propia dignidad, el honor, se fue con “el tiempo perdido” que aún busca Marcel Proust. Son los nuestros, sí, tiempos oscuros, lo son porque el honor es objeto de burla y la indignidad sirve de ejemplo.

La estupidez generalizada que nos asfixia, tiene por estúpido a quien valora la honra por encima del patrimonio, sin saber que la estupidez máxima reside en ellos, que, por no tener honra, jamás tendrán otro patrimonio que unas pocas monedas, de más o de menos. Si la dignidad no vale, nada hay en el hombre que algo valga ¿Eres si tienes?, no, tienes si eres.

“Por la libertad, así como por la honra, Sancho, se puede y debe aventurar la vida”.

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