Marco Antonio Velo
Jerez: Pablo Ruiz, con Boox y voto en el marketing digital
Tierra de nadie
ES un método utilizado en matemáticas y filosofía parar demostrar lo cierto, o falso, de un postulado. Consiste en llevar lo contrario de lo afirmado o, respectivamente, el postulado mismo, hasta lo absurdo, con lo que se demostraría que lo mantenido como verdadero lo es, o en el supuesto contrario, si es falso, lo es.
En el caso que ahora me ocupa, el “postulado” somos nosotros: los humanos, y lo que vamos a llevar al absurdo es a nosotros mimos, de modo que vamos a demostrar que somos tan irracionales que alcanzamos lo inadmisible: somos un completo absurdo.
“El mundo empezó sin el hombre, y terminará sin él”, lo escribió el filósofo y antropólogo francés Claude Lévy Strauss… tiene más razón que un santo, como solemos decir por aquí. No tendría porqué ser así, pero es así como es.
La Naturaleza no pelea contra sí misma. Cambia, se desarrolla, se transforma… pero no se destruye. Si, en alguna circunstancia parece que lo hiciese, la razón no es su exterminio, si no la evolución, por muy violentos que los cambios nos puedan parecer.
Los seres vivos, humanos al margen, que habitan el planeta que compartimos, tampoco se empeñan en luchas suicidas. Los que pueden, se adaptan para sobrevivir; los más débiles, caen a manos de los fuertes; los enfermos, sirven, también, de alimento a los que no lo están: es la ley natural, la del más fuerte, la que obedecen los que consiguen evolucionar; una ley dura, exigente y hasta cruel, pero en la que se asienta el objetivo de perpetuarse como especie, ningún otro.
Por contra, nosotros, dotados, gracias a los cambios evolutivos que nos han traído hasta dónde estamos, de una facultad que nos determina únicos: la inteligencia, hemos hecho poco más que destruirnos. No voy a negar, no se puede, los avances, en todos los campos menos en uno, que hemos sido capaces de implementar. Lo asombroso de nuestra capacidad nos ha hecho dueños de un planeta que, no lo olvidemos, no es sólo nuestro, la ciencia ha logrado lo impensable, la técnica roza lo inimaginable, pero los lastres que pesan en el espíritu que nos condiciona, condenan un destino que podemos y debiéramos modelar, a un final estúpido, por evitable, innecesario y desastroso. Es el campo, al que me refería, en el que no hemos ni avanzado ni evolucionado en absoluto.
La capacidad de comprender, relacionar y deducir; la habilidad mental, el uso de la experiencia, la destreza para resolver problemas, alcanzar conclusiones y elegir opciones; la consciencia de lo que somos, lo que hacemos y lo que podemos llegar a hacer… Es la inteligencia, circunstancia que nos caracteriza y condiciona. Y, ya saben: “si no la salvamos a ella -a nuestra circunstancia- no nos salvaremos nosotros”, nos lo advirtió D. José Ortega y Gasset, y, en mi opinión, no la estamos salvando.
De nada sirve la inteligencia si, aun poseyéndola, no hacemos uso de ella parar alcanzar el único objetivo cierto e incontestable en el que todos coincidimos: ser felices. En el modo y manera que cada quien escoja, de la forma que cada uno elija, por los caminos que cada cual decida, pero felices, nosotros y los otros, claro. Y no sólo, y en líneas generales, no lo conseguimos, al menos no en la cantidad y con la calidad de la que, sin duda, seríamos capaces de lograr, es que los grupos humanos diseminados por todo el planeta, que, a lo largo y ancho de nuestra historia, hemos ido haciendo y deshaciendo, estamos muy lejos, diría que demasiado lejos, de haber salvado nuestra circunstancia como humanos, y, como nos dijo el filósofo: “somos nuestra circunstancia”, por lo que no hacemos si no condenarnos a lo que podríamos haber evitado haciendo buen uso de la inteligencia que nos adorna, uso en el que hemos fracasado.
Somos inteligentes. La inteligencia nos habilita la conciencia. La conciencia nos facilita la experiencia. La experiencia nos enseña. Aprender evita reincidir en el error. El error daña. El daño duele. El dolor mata. Si sabemos todo esto, porque somos inteligentes, deberíamos no matar, porque duele, y el dolor daña, el daño evitable es un error imperdonable, que se impediría aprendiendo de quien sabe y enseña y de las experiencias vividas, guardadas en la conciencia de lo que somos. Como no ha sido ni es así, resulta que nuestra pretendida inteligencia no es tal, es una inteligencia fracasada, un error de la naturaleza… un absurdo.
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