Tolerancia

22 de diciembre 2025 - 04:40

Creer no es intolerante, tener fe no es ser intolerante, estar seguro de las propias convicciones no implica intolerancia, confiar en la esperanza no es intolerante, ser coherente con algo o todo lo anterior no es ser intolerante.

La mayor parte de los humanos estúpidos, que son la mayor parte de los humanos, tienen la molesta costumbre de confundir el chorizo con la velocidad. Les da igual que una cosa y la otra no tengan nada que ver, si a ellos se les antoja que son similares saldrán a la calle con pancartas y megáfonos, indignados contra quienes sostengan lo contrario, los tacharán de burgueses, machistas, reaccionarios, misóginos, y, por supuesto, fascistas. Se unirán en asociaciones "pro-igualdad chorizo-velocidad", clamarán contra la opresión del heteropatriarcado, formarán ONG, para las que exigirán obscenas y suculentas subvenciones, pondrán el grito en el cielo contra la intolerancia del sistema y se quedarán tan tranquilos. Es más, lo muy probable y no inaudito, dado que de estúpidos estamos escribiendo, es que se sientan satisfechos con la estupidez que los determina.

Ya lo advirtió el magnífico, intenso e inteligente escritor ruso Fiódor Dostoyevski: "Llegará un día en el que esté prohibido pensar para no ofender a los imbéciles". A los estúpidos también les ofenden los que piensan.

Lo que literalmente dijo el autor de 'Crimen y castigo' o 'Memorias del subsuelo' fue: "La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles", que es parecido, pero no exactamente lo mismo: él ya dejaba claro que no todo cabe bajo el paraguas de una pretendida intolerancia.

Nuestro diccionario de la incomparable lengua en la que escribió Cervantes, que es la nuestra, la española, define así tolerancia: "Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias". Algo que además de educación y cortesía, denota amplitud de miras, humildad e inteligencia, cualidades estas -las cinco- ausentes en las mentes, modos y costumbres de los que tienen la estupidez por condición.

En los tiempos que nos ha tocado vivir, la galopante incultura, la vergonzosa ausencia de interés por conocer, la obscena desgana por aprender y la masiva ignorancia a la que semejantes actitudes irremediablemente conducen, hoy en día -decíamos- lo frecuente y cotidiano es encontrar personas sin carácter firme ni personalidad consistente. Gentes vacías que deambulan por calles abarrotadas, que se pierden en espesas muchedumbres; gentes faltas de principios estables, ideales sólidos y convicciones asentadas, que se limitan a revolcarse en la vulgaridad y limitan su mundo a lo mediocre, defendiendo sus pobres, a menudo ordinarias y casi siempre muy simples ideas u opiniones por medio de la violencia, algo que, si hace uso de ella, siempre quita la razón incluso al que sin discusión la tuviera.

Tolerar es inherente a la actitud inteligente. Si dos personas inteligentes dialogan, de seguro ambas saldrán favorecidas, habrán aprendido algo que antes no sabían, reconocerán errores cometidos, rectificarán si es lo adecuado y cambiarán de opinión, incluso de actitud, si es lo que ahora piensan acertado. Si dos zopencos discuten -pues difícilmente podrían hablar y casi imposible que pudiesen dialogar, por eso son lo zopencos que son-, ninguno de los dos aprenderá nada -más que el nombre del medicamento que le darán en la farmacia para bajar la presión arterial-, se enfrascarán en diálogos de besugos, más que de seres racionales, no rectificarán -"¡eso es de cobardes!"- ni se moverán un ápice de las convicciones desde las que el uno al otro comenzaron a gritarse. No pensamos que hayamos dicho nada que ustedes ya no supieran. Sin embargo, el meollo del asunto es el que viene ahora, cuando frente a un zopenco quien se sienta es una persona inteligente. El zopenco se comportará como tal, el que no lo es tratará de entender -cuestión a menudo complicada, por la estupidez que suele adornar al zopenco- y de hacerse entender -algo también dificultoso, por las pocas luces y la cerrazón de quien tiene sentado enfrente-. Al final el inteligente se retirará, más que frustrado, apenado y el zopenco acusará al otro de intolerante...

Ser tolerante es tener la actitud de escuchar, no sólo oír, opiniones diferentes, reflexionar sobre ellas y permitir que si con honestidad las consideramos más acertadas que las que hasta entonces teníamos aceptarlas de buen grado, agradecer el nuevo conocimiento, avanzar, cambiar hacia él e incorporarlo a nuestra exigua sabiduría, entonces un poco menos ignorante.

Pero la tolerancia no conlleva obediencia ciega ni supone obligada aceptación ni implica sumisión. La tolerancia reside en el libre albedrío de la persona inteligente, y no consiente imposición. Quien la reclama para sí, por fuerza ha de demostrar merecerla… y también practicarla. Pues pensamos que ha de quedar claro que la tolerancia con el estúpido es sólo estupidez; si con el ignorante, ignorancia; y si con el mal, complicidad.

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