El tono de este tiempo

Leer a los clásicos y, ya también, ver a los clásicos es un arma cargada de futuro y de defensa personal

He visto en dos días consecutivos la película Un gánster para un milagro (Frank Capra, 1961) y sólo el primer capítulo de una serie en boga, Sucession (Jesse Armstrong) que acaba de inaugurar su tercera temporada. No vengo más que a subrayar el contraste entre ambas, sin hacer trampas. Por supuesto, son cosas distintas, película y serie, comedia de ficción la primera y epigrama social la segunda, una sin pretensión de verosimilitud y otra obsesionada por la exactitud respecto a sus referentes reales. Aun sabiendo todo eso, el tono de ambas difiere tanto que quiere advertirnos de algo.

En la película del gánster, a pesar de los ámbitos sociales entre los que transcurre su acción, hay una delicadeza de trato, una finura de conversaciones y, sobre todo, una rectitud de intenciones y una pureza de sentimientos que conmueven. Naturalmente, es Frank Capra, uno de los grandes; y todavía la fecha (1961) hay que ponerla entre paréntesis porque es, en realidad, un remake de Lady for a day de 1933.

En el primer capítulo de la serie, aunque estamos en la crema de la sociedad de la crema de las ciudades (Nueva York) del primer país del mundo, todos hablan con continuas ordinarieces (no un personaje, para caracterizarlo, sino todos), no controlan su violencia, ambicionan el poder, les mueve la envidia y el dinero. Por supuesto, la serie tendrá otros méritos y ya los iremos viendo, pero el contraste con Capra me ha dejado pensaroso (esto es, pensativo y pesaroso).

Es alarmante el agachonamiento (así llamaban los flamencos a la impurificación progresiva para acercarse al vulgo) de nuestra sociedad, nuestra cultura y, si nos descuidamos, de nuestras almas particulares. Hay una degeneración a la que no vale como excusa el retrato social, porque eso es precisamente lo malo. Vale que Capra rodase un cuento de hadas, pero en el Macbeth de Shakespeare están la ambición de poder y las tentaciones del alma de otro modo.

No quiero hacer un "cualquier tiempo pasado fue mejor", tan fácil y evidente. Se trata de no dejarse arrastrar por los usos de este tiempo. Leer a los clásicos y, ya también, ver a los clásicos es un arma cargada de futuro y de defensa personal. Un recordatorio de que se puede ser mejor o, al menos, estar lo suficientemente insatisfecho como para resistirse. No olvidemos la profética definición de Julián Marías: "La chabacanería es la vulgaridad satisfecha de sí misma".

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