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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Del trabajo

La institución del Día del Trabajo, aparte su origen, más la broma papal de la de San José Artesano, u Obrero, como se tradujo luego, son sospechosas y tienen un tufillo manipulador. Para entendernos, no son progresistas, son útiles, convenientes, necesarias o lo que queramos, porque alguien tiene que trabajar, entendiendo por trabajo la actividad que da de comer y que no haríamos si tuviéramos otra manera de sustentarnos. En ambos casos se pretende dignificar unas labores, manuales o no, que tradicionalmente se consideraron indignas de determinadas personas de superior rango, bien por hidalguía, por su posición en la sociedad o por estudios. Lo único que podía llevar un caballero por la calle eran libros. Cuando el servicio militar fue obligatorio, los soldados rasos con carrera estaban exentos de los servicios de policía que no tuvieran que ver directamente con la guerra. Ningún trabajo honrado es indigno, se dice desde tiempos recientes, pero unos son más dignos que otros.

El tufillo manipulador se percibe cuando los altos cargos de la izquierda nominal se visten de obreros y, acostumbrados a los chaqués, los trajes y las corbatas italianas, se les nota demasiado el disfraz. Los sindicalistas no usan corbata salvo que los nombren ministros. En las dictaduras socialistas, valga la redundancia, la presidencia de la manifestación de hoy no se distingue de la de un congreso eucarístico. Hemos observado también las caras de incomodidad de quienes van a la cabeza de las manifestaciones vestidos de obreros y fingiendo serlo, cuando en su fuero interno ya se sienten de la clase media acomodada y han adquirido los viejos vicios de la burguesía que decían combatir. Estas observaciones nos han hecho pensar que se trata de una fiesta sin tradición, impostada, engañadora o que ha perdido pronto el sentido que le dio origen. Aceptamos que los trabajos honrados son todos dignos, pero no como conquista izquierdista, sino porque el ser humano nace digno y su esfuerzo y conciencia de sí mismo lo dignifica todo. Los movimientos obreros dicen defender unos derechos, pero la dignidad es personal y la defiende uno mismo o nadie.

El trabajo no deseado, causa de la desdicha de muchas personas, aunque, si saben ejercerlas, les dé independencia y libertad, es beneficioso para el conjunto de la sociedad, y de ahí que el paro sea una injusticia y la pereza pecado capital, pero no es propiamente progresista, es útil, que es distinto. El progreso casi nunca es lo que predican los progresistas. La Modernidad (va con mayúscula por si una mente mal concertada la confundiera con la moda) es obra casi exclusiva del ocio creador, del aparente no hacer nada. No tiene día instituido y, sin embargo, es de donde nacen las ciencias y las artes, sin las cuales no existiría progreso auténtico ni sociedades civilizadas.

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