Que los gobiernos socialistas en nuestro país terminen en fracaso, es un clásico. Pasó con González, no digamos con Zapatero que nos puso al borde de la intervención y está pasando con Sánchez, que por mucho que maquille las cifras del empleo, nos lleva directos al precipicio. A los más progresistas nos les gusta oír esto, aunque sea un hecho indiscutible. Rajoy lo mejoró con viento a favor y aplicó algunas medidas, muchas menos de las que en rigor debía haber puesto en práctica. Pero siendo esto importante, lo que los dos últimos presidentes socialistas nos dejan como herencia es la irrelevancia internacional contra la que desde la Transición lucharon con éxito reseñable, Suarez, González y Aznar.

El episodio de Argelia tiene para España-además de terribles consecuencias económicas-, un efecto letal para nuestra maltrecha imagen, un aldabonazo más a los desaciertos de la política exterior. Desde la torpeza de faltar al respeto permaneciendo sentado ante el paso de la bandera americana, pasando por la olvidada alianza de civilizaciones y la complicidad con los peores genocidas de Latinoamérica, a esta versión Sánchez de las Relaciones Internacionales. Nunca un Presidente dio un volantazo tan dramático en política exterior sin informar a su propio partido, sus colaboradores más cercanos, la oposición o el Jefe de Estado. Nunca nadie tuvo la destreza de irritar con tanto ahínco a un aliado, de romper los equilibrios entre dos enemigos históricos, y todo sin obtener nada a cambio. Ningún Presidente estuvo nunca tan solo en Europa como lo está Sánchez ni nunca fuimos tan inanes como país en cualquier aspecto de la escena internacional. Como en El trato de Argel de Cervantes, España es cautiva no del moro Izuf, sino del capricho de un mal gobernante, sin idilio amoroso como en la novela, al menos, de momento.

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