Treinta y uno de diciembre

31 de diciembre 2025 - 04:40

EL engranaje del reloj de pared es un viejo animal de carga. Tiene todo el tiempo del mundo, lleva nuestro insignificante crono y lo descarga, o eso parece, en cada campanada del nuevo año. Durante unos cuantos segundos, cuartos incluidos, nos hace soñar que la realidad pueda ser otra. Nos sentimos satisfechos en la melancolía, como si lo malo del pasado se hubiera ido y permaneciera lo quimérico de la irrealidad.

¡Bendita ingenuidad ahogada en uvas! Vuelve el recuerdo de la infancia para trasformar el presente en algo diferente, vuelve en abrazos ingenuos y frágiles deseos. Suenan las campanadas y todo lo que ocurre alrededor se llena de humo, de recuerdos vacíos y de ensoñaciones venideras ¡Qué bien! Cada gong del Big Ben me sitúa en el extravío de la cultura occidental y cada uva se me atraganta de sólo pensar en la vieja Europa. El sonido del matasuegras, con su estira y afloja, es la representación perfecta de la decadencia de aquel bello tiempo ordenado en que la tradición significaba algo y las creencias lo llenaban todo. Quiero hacer un esfuerzo por no ponerme negativo y aplaudir las payasadas de cada año; pero no puedo.

La rueda de la historia se me imposta y sube por mi cabeza como un vino mal fermentado. Celebramos las campanadas de la irracionalidad, justamente por haber perdido la razón de la antigua Atenas, por haber extraviado el derecho de la madre Roma, por haber borrado al Dios de Jerusalén. Y todos tan contentos, dejando que Cronos siga devorando a sus hijos, siga instalado en el letargo de las conciencias.

No sé si estamos tirando el tiempo, no sé si siempre fue así y es la rueda de la historia quien se cobra el peaje volviéndonos necios. No sé, es verdad. Digo tan solo lo que siento. Mirando al reloj, quisiera replantearlo todo. Por supuesto, para seguir adelante, para ganarle el pulso a tanta mentira que pasea por las avenidas del poder, a tanto incrédulo que sólo busca satisfacción pasajera, al desamor que desestructura el amor verdadero. Miro al reloj, a las monótonas manecillas, a la cárcel de sus horas, a la verdad hecha añicos, y escucho su sonido cada vez más diferente, como si desafinase algo que no sé exactamente qué sea.

Falta algo en cada campanada, una existencia nueva, una razón serena, una luz que limpie la ceguera, un criterio lúcido, una persona…un algo, un alguien. Es verdad que nunca tuvimos un paraíso, aunque la nostalgia nos sitúe en el adanismo; pero detrás de cada campanada ¿hay verdadera esperanza? ¿Hay un tiempo abierto? ¿Hay algo nuevo, o simplemente continuamos a fuerza de la hoz y del martillo?

Me uniré al mito de las doce uvas para desear buena vendimia a los viticultores. Que tengan exceso de cosecha y puedan venderla al dios Baco de los grandes almacenes. Sea pues: comamos al compás de las campanadas, uva por mes, sin decir palabra, hasta llenar la andorga de los deseos ¡buena suerte! Y, si es usted más europeo, brinde con champán en la Puerta del Sol de Madrid y grite conmigo ¡Un año más!

Sigamos comiendo uvas, ricas en vitaminas y minerales, mejoran el estado de ánimo y fortalecen el sistema inmunológico. ¿Hay algo mejor para mantener la energía natural? ¡Viva los antioxidantes naturales! No olvidéis, además, un tanga rojo, unas velas de colores con flores en la mesa y una limpieza energética. Imprescindible para comenzar con buen pie el año nuevo. Es el cierre de un ciclo para comenzar de nuevo el ciclo inacabable de la estulticia.

No ha habido civilización, que se conozca, que no haya celebrado las efemérides de principio y fin de año (cada cual según su calendario). El hombre siempre se ha sentido atrapado por el tiempo y ha querido hacer sortilegios de liberación astral. Seguimos ahí, luchando contra los malos augures, invocando, ya con uvas ya con bragas rojas ya con champán, las malas artes que el reloj (también los digitales de la IA) trae con la vida. El dios Marduk, o como cada quien quiera llamarle, sigue siendo dueño del cosmos, y al que, de alguna manera, hay que calmar para que no nos estrelle contra la pared.

Quizá por esa razón seguimos celebrando la ‘Noche Vieja’, quizá de este modo aplacamos un poco la sed que tenemos de ritos, el deseo de encontrar sentido y la posibilidad de no caernos del todo de ese Todo que es Dios. Va a resultar que la ‘Noche Vieja’ se hace omega para justificar el alfa. De aquí no salimos por más que algunos reivindiquen la ‘ateocidad’ (me lo acabo de inventar) ¿Es bueno o es malo?

Los babilonios defendían las dos posibilidades; otro tanto digo yo de las campanadas: ni buenas ni malas sino todo lo contrario. La cuestión está en saber qué celebramos, qué tiempo esperamos y en qué tiempo vivimos. Tener conciencia, es la cuestión, saber el qué y porqué de cuanto nos rodea. Celebramos las campanadas, pero de ninguna manera el retorno de un mismo tiempo, ni la aceptación pusilánime de quienes manipulan la vida y el pensamiento de los pueblos.

Brindo por la caída de la hoja y la honradez de los ciudadanos. Qui potest capere capiat. ¡FELIZ AÑO NUEVO!

stats