
En tránsito
Eduardo Jordá
Un final shakesperiano
¡Oh, Fabio!
Algún gurú de la sociología española del siglo XX destacó que uno de los grandes éxitos propagandísticos del franquismo fue la creación de la etiqueta “rojo” para designar a todo aquel que se oponía al régimen. Daba igual que el levantisco fuese terrorista vasco, monárquico liberal, trotskista, sindicalista de la industria aeronáutica, socialista de casino, monaguillo democristiano, falangista hedillista, carlista de don Carlos Hugo, novio de la Pasionaria o poeta melindroso... rojo era, simplemente, sinónimo de antifranquista, pero en una versión más pegadiza y ofensiva.
Algo parecido a todo lo dicho ocurre en nuestros días con la palabra “ultra”. Solo hay que abrir algunos periódicos afines al Gobierno de coalición social-comunista-independentista-exetarra-feminista-ecologista para darse cuenta del abuso que se hace de este vocablo en los titulares. “Ultras” son todos aquellos que no tienen el carné progresista y que ejercen una oposición desacomplejada al sanchismo, sin pedir perdón por ello. Así, liberales de la vieja escuela de los Garrigues, conservadores chestertonianos, rojipardos culturetas, joseantonianos de reservado, legitimistas estetizantes, exprogresistas devenidos en anarcoarticulistas, activistas provida o defensores de los virreinatos del imperio son mezclados sin ningún matiz en el mismo cesto, junto a neonazis mononeuronales, trumpistas de la pista o macarras de estadio. Todos los que se oponen a la cosa woke son “ultras”, como todos los que se opusieron a Franco fueron “rojos”. Un acierto, oiga, que se debe a lo pegadizo del término y a que tiene pocas matrices. Es decir, que cabe en los titulares, lo cual propicia la pereza del periodista de turno, normalmente una persona con más prejuicios que lecturas. “Ultra”, pues, es todo aquel que no está en el perol woke, las bestias negras para aquellos beatos laicos que dicen amar la democracia, pero odian al demos (lo acabamos de ver de nuevo en la estúpida polémica sobre esa cumbre de la vida hortera que es Eurovisión).
Sin embargo, me van a permitir ustedes que reivindique la hermosísima palabra latina “ultra”, la misma que forma parte del emblema de Carlos V, aquel de las dos columnas y la filacteria con el solemne y chulesco “Plus ultra”. Esta divisa permanece casi de milagro en nuestro escudo nacional como recuerdo de la gran gesta española de ensanchar el mundo por occidente. Cuando me asalta el desaliento lo susurro, igual que un derviche acomete sus giros: “Plus Ultra, Plus Ultra, Plus Ultra...” Mano de santo.
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