Alberto Núñez Seoane

Verdades

Tierra de nadie

09 de diciembre 2024 - 03:13

Todos decimos querer la verdad, presumimos de perseguirla, la exigimos, arremetemos en contra de la mentira, depreciamos a quien nos engaña; y sin embargo, las más de las veces, somos los que empezamos por mentirnos a nosotros mismos.

Pongámonos en el caso de alguien que sabemos nos aprecia y bien nos quiere. Si escuchamos cosas que nos duelen, no son las que esperamos o van muy en contrario de lo que deseamos, raro es quien reacciona agradeciendo al que nos habla con verdad, aquello que nos dice.

Habrá quien calle; habrá quien refute lo que escucha, aun sabiendo que es el otro que está en lo cierto; habrá también quien se moleste, incluso se enfade; y estará quien proceda contra la verdad incómoda con un ataque, la agresividad y el contenido de éste, dependerá de la cantidad de hipocresía que guarde quien escucha.

Es un absurdo, y de los más grandes, pretender que se nos diga la verdad, que sean sinceros con nosotros, cuando no estamos, ni de cerca, en disposición de asumir lo que escuchemos. Tal vez, aunque muy triste, fuese mejor renegar de conocer lo cierto a fingir quererlo saber y no aceptarlo luego.

Si un buen amigo nos dice algo que nos duele, y es cierto, debiéramos agradecer que así lo haga, pues sin duda actuará en bien nuestro. Si callase lo que sabe que nos va a fastidiar, herir o dañar no sería el amigo sincero y auténtico con el que todos queremos contar, es entonces cuando deberíamos enfadarnos, pues ocultándonos la verdad por no hacernos daño ahora, nos lo hará mañana al llevarnos, sin querer, a la mentira.

Pero si exigimos al buen amigo la verdad, hemos de poder asumirla. Si reaccionamos con malestar, quien nos haya dicho lo que nos ha incomodado una vez, se cuidará mucho de volver a hacerlo de nuevo, pues sabrá que si no es de nuestro agrado lo que escuchemos, lo culparemos a él. Lo que hacemos pues con una airada reacción a la verdad que nos incomoda, es alentar a que no se nos diga ésta cuando no resulte de nuestra “conveniencia”, incitando a quien nos conozca a decirnos la mentira que presumimos odiar.

Vemos pues que el cinismo, en muchas ocasiones, comienza por uno mismo. Lo tremendo de esta paradoja es que terminamos por vivir en un mundo que no es, con personas que tampoco son lo que aparentan ser. Así “enseñamos” a los hijos, así nos comportamos con familia y amigos, así hacemos “cómodo” un existir que no lo es.

Claro que es más difícil soportar la verdad que nos hiere que escuchar la mentira que nos “conforta”; el problema es que de este miserable modo, vamos perdiendo fuerza, nos hacemos débiles, alimentamos la flaqueza, nos impedimos luchar preparados contra las adversidades que de modo inevitables vendrán. Construimos un edificio con ladrillos fallidos, mal “cocidos”, endebles e incapaces de mantener la casa en pie cuando sople el temporal.

La sociedad es el reflejo de quienes la forman: la nuestra lo es de nosotros. No hay más que tratar de ver, con un algo de perspectiva y un mucho de sinceridad, el mundo que nos rodea, ese en el que queremos estar y vivir, porque eso es lo que queremos todos; ese que pretendemos mejor para los hijos y los que después de nosotros lleguen. Será difícil, por no decir imposible, sentir satisfacción por lo que manifestamos haber conseguido.

“No sólo de pan vive el hombre …” No puede ser permanente, dentro de las muy cortas posibilidades humanas, el modo de vida en el que estamos, en el que la mentira es lo consistente porque las verdades ofenden.

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