IGNORO si, cuando estas líneas vean la luz, habrá Gobierno o aún no. Todo apunta a que sí. Tampoco es que influya demasiado en mi propósito. Es la actitud de Sánchez, y no sus réditos, lo que hoy me ocupa. A mi juicio, el presidente en funciones ha traicionado dos reglas básicas de la buena política: la de ajustarse al sentido común y la de guiarse por el sentido de lo común.

Sobre lo primero, baste con recordar que en ninguno de los tres aspectos fundamentales de la política –el pragmático, el proyectivo y el teórico– encuentra lógica la estrategia de Sánchez. En la órbita de la praxis, no parece ni realista ni oportuno cimentar la gobernanza de un país justamente en el concurso de cuantos quieren destrozarlo. Rodearse de nostálgicos de dictaduras periclitadas y de hipernacionalistas de todo terruño, más que pragmatismo y visión de conjunto, revela una ambición ilimitada, capaz de tragarse, en la búsqueda del poder, su propia dignidad y la nuestra. Tampoco el entramado sanchista posee una mínima vocación de futuro. La acción política no puede limitarse a un hacer efímero que se desvanece apenas consumado. En este ámbito, ¿piensa Sánchez que sus exóticos compañeros le van a ayudar a construir algo sólido? ¿Cuánto durará un Ejecutivo permanentemente chantajeado y aborrecido por sus socios? Esa inestabilidad disfrazada de estabilidad agrava la crisis de la noción España y alimenta a sus enemigos. No hay un horizonte conjunto para tal conglomerado de fuerzas centrífugas, empeñadas, además, en imposibilitarlo. Al fin, si de teoría hablamos, alguien debería explicarnos qué tiene de socialista un diseño que abandona la solidaridad y el internacionalismo. Desengáñense, lo que Pedro Sánchez nos oferta carece de sentido común porque no es cabal, perdurable ni coherente.

De lo segundo, del sentido de lo común, una única precisión: cuando la coyuntura se complica y los pactos se hacen necesarios, lo natural es comenzar por lo que nos une y avanzar a partir de ahí. Tal dinámica es la que mejor se ajusta al interés colectivo y la exigible a los verdaderos estadistas. Sánchez debió saltarse esa página del manual: despreciando a los que se supone comparten con él un ideario básico, se lanzó a perseguir cónyuges de extramuros, ajenos al sentir de la generalidad de los españoles.

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