Bernardo Palomo

Que viva por siempre

La columna

06 de julio 2016 - 01:00

ESTE mediodía el centro de interés de esta España compleja de nuestros pecados y la de algunos mesiánicos que se creen -mejor dicho, se creían- inventores de la misma y abanderados de su historia pretérira y futura, va a girar en torno a una masa blanquiroja que se moverá alrededor de una fiesta que, ya, ha dejado de ser una verdadera fiesta para convertirse en algo indefebible donde casi todo tiene cabida. Menos mal que, una vez más, el toro todo lo pone en su sitio y, cada mañana, a eso de las ocho, tras el sempiterno chupinazo, seis toros seis recorrerán unos cientos de metros para dejar constancia de quién es el dueño de la Pamplona festiva. Hoy, ni sus señorías electas, ni los jefes de partidos en busca de escaños, ni pactos para encontrar matrimonios imposibles, ni siquiera las vacaciones ni las playas ni los niños dictadores de sus casas -a ver, ahora, esas mamás reivindicativas de niños acosados y de tonterías de whatsapp en manos poco preparadas- tienen el más mínimo protagonismo. Hoy la verdad de esta España descreída y fantasma estará, a eso de las doce en la Plaza del Ayuntamiento pamplonés. El chupinazo abrirá los horizontes de siete días de fiesta y desenfreno. Será el tiempo unificado de una realidad abrumadora. Todo girará en torno a lo que, a partir de mañana, ocurra en la Cuesta de Santo Domingo, por Mercaderes y Estafeta adelante, para mantener en vilo a una ciudadanía, propia y extraña, a la que se le parará el pulso por culpa de un destino y de seis asuntos armados en cornidelanteros que, rompiendo su querencia natural, se moverán para llevarse por delante todo aquello -y en Pamplona esos días es multitud- que se cruce ante sus esquivas miradas.

¡Que viva San Fermín!

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