EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Bajo el volcán

SUPONGAMOS que vivimos en una ciudad que está situada bajo un volcán. Supongamos que empiezan a salir grandes nubes de gases de las fumarolas. Supongamos que se repiten las explosiones de cenizas. Supongamos que cada dos días se produce un temblor de tierra. Supongamos que estos indicios anuncian una erupción inminente que va a devastar todo lo que se encuentre a su paso, empezando por la ciudad en la que vivimos. Y supongamos, en fin, que la reacción de los responsables de seguridad de esa zona sea de dos tipos.

El grupo que llamaremos A reúne un grupo de vulcanólogos que deciden acordonar la zona e imponer restricciones a los movimientos y a las condiciones de vida de los habitantes la ciudad, sin explicar por qué se toman las medidas ni qué está pasando con el volcán, ya que ellos son los expertos y no tienen que dar explicaciones a nadie. El grupo que llamaremos B no acepta las medidas de los vulcanólogos, a los que considera ineptos y malvados, así que sale a protestar a la calle, grita, se manifiesta con tambores y bandas de música, y organiza algaradas y desafíos públicos, sin proponer alternativas a las medidas preventivas de los vulcanólogos. Y mientras tanto, de las fumarolas del volcán siguen saliendo más columnas de gases tóxicos. Y las sacudidas sísmicas se hacen cada vez más fuertes. Y todo el mundo sigue en su sitio, porque de momento nadie ha dado la orden de evacuar la ciudad.

Pues bien, así vivimos en este país. En una situación de emergencia económica sin precedentes, cada grupo político se comporta con el mayor grado posible de improvisación e irresponsabilidad. Nadie explica qué pasa. Nadie se toma la molestia de pensar con un mínimo de rigor. Nadie procura evaluar la gravedad del problema. No, nada de eso. Los vulcanólogos echan la culpa a los que protestan en la ciudad, a los que acusan de ser irresponsables y manirrotos. Y los que protestan en la ciudad echan la culpa a los vulcanólogos, a los que acusan de ser insolidarios y autoritarios. Y todo se va en amenazas, gritos, manifestaciones e imposiciones que nadie explica por qué se deben tomar. Ni los vulcanólogos del PP nos dicen qué está pasando en realidad y cuál es la situación real de nuestras finanzas y de nuestro endeudamiento público, ni los que protestan en las calles nos dicen cómo piensan pagar todos los servicios públicos que ellos dicen defender. Nada de eso. No se oye ni una sola propuesta ni un solo análisis riguroso. Y todo se queda en la típica representación de títeres de cachiporra, con los gritos habituales y las amenazas y las muecas soberbias de los que están convencidos de que tienen razón, ya sean vulcanólogos o manifestantes. Pues muy bien, perfecto. Ya estamos todos listos para la erupción.

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