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La política española ha tendido a minusvalorar la importancia de las elecciones europeas y a considerarlas poco más que unas primarias destinadas a medir el momento de los partidos, con candidatos descartados de la escena nacional. Esta misma sensación se mantiene ante la convocatoria del próximo 9 de junio, cuya campaña empieza el viernes y que PP y PSOE plantean como un nuevo pulso entre Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez en el que el primero, favorito según las encuestas, va a intentar sacarse la espina del 23 de julio del año pasado. Pero si priorizar las lecturas nacionales y partidistas de unas elecciones europeas fue siempre un error, ahora lo es por más motivos. En el nuevo contexto geopolítico marcado por las guerras de Ucrania y de Oriente Próximo y la creciente tensión entre Estados Unidos y China, Europa necesita ser un polo de poder e influencia que pueda marcar líneas propias en un mundo en permanente tensión. Desgraciadamente, las tendencias políticas en la UE no van en esa dirección y es la propia idea que forjó el proceso de unidad europea la que está en peligro. La aparición de fuerzas eurófobas en numerosos países y la preponderancia que están alcanzando en algunos de ellos pone en crisis la propia naturaleza de la Unión. Al margen del episodio de Milei, la cumbre celebrada del pasado fin de semana en Madrid, organizada por Vox, es un claro exponente de cómo la existencia de una extrema derecha fuerte en Europa ha pasado a ser algo más que una amenaza difusa. La Unión Europa necesita un reforzamiento institucional e ideológico. El proceso de unidad, que ya no puede ser sólo económico y social sino también político y defensivo, es necesario para continuar alzando la bandera de la democracia y de los derechos humanos. Las elecciones europeas son una oportunidad para fortalecer la idea de Europa y parar los pies a los que pretenden socavarla.
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