El endiablado escenario tras el 23-J

La única sentencia con cierta sensatez, escuchada en boca de un dirigente político tras los resultados de las elecciones generales del pasado domingo, la pronunció la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a su llegada a la Junta Directiva Nacional de su partido el lunes: “No estamos ninguno para fiestas”. Y ésa es la principal realidad tras el veredicto de las urnas. El PP obtuvo un claro triunfo pero cosechó un estruendoso fracaso al compararlo con las expectativas que generó. Puede acabar en un limbo político en busca de su auténtica identidad. El PSOE cayó derrotado con nitidez pero se siente eufórico porque ha vencido a las encuestas. Y ese inesperado triunfo le impulsa ahora a soñar que con que es factible permanecer en el poder si encadena un triple salto mortal. Reedita el pacto con nacionalistas, independentistas y Bildu, y lo corona con los votos que deberá encontrar “bajo las piedras” de Puigdemont, el líder prófugo de Junts y de su república catalana en Waterloo. “Esta democracia encontrará la fórmula de gobernabilidad”, ha resumido Pedro Sánchez, como si confiara en que sus socios se impregnen de la filosofía de Platón para exigir el precio. Un sainete apropiado para convocar un concurso de memes si no fuera porque está en juego el futuro de este país. La polarización y la apuesta por el enfrentamiento entre bloques convierte en inviable, a día de hoy, un deseable pacto de gobierno entre populares y socialistas, las dos grandes fuerzas nacionales que deberían anteponer sus intereses de partido a los graves desafíos que debe afrontar España. Pero Pedro Sánchez acuñó como lema identitario su famoso “no es no”. Y Alberto Núñez Feijóo carece de autoridad para solicitarle ahora un acuerdo cuando su programa de campaña se resumía en una única propuesta: “Derogar el sanchismo”. Tampoco una repetición electoral supondría un alivio. Hay serias opciones de entrar en bucle y acabar en la casilla de salida.